15 sept 2016

Presentaciones absurdas.

Nunca he sido de esas personas que se presentan formalmente y hablan directamente sobre sí mismas, porque las presentaciones simplemente no son lo mío. Normalmente basta con decir mi nombre pero en esta ocasión omitiré esa parte. Ahí reside el motivo por el cual decidí no iniciar el blog con una presentación (normal)... Para no aburrirlos con el clásico me llamo "Anacleta" y provengo de Tangamandapio (por ejemplo); además, la intención de este blog no es esa... Bueno, no en su totalidad; en algún momento de seguro hablaré de mí más directamente (cuando encuentre la ocasión) y no precisamente será cada vez que decida escribir un relato en primera persona.
Trataré de escribir de todo un poco y de hacer de este sitio un lugar agradable para todos (nah, mentira, pero podrán desahogarse aquí cuando quieran). No todo será amor por la literatura, relatos e intentos de poesía irrisoria por parte mía, también los abrumaré con una que otra opinión acerca de algo (digo "opinión" porque aún no quiero lanzarme de cabeza a lo que es el bello mundo de la crítica). Hablaré de música, de política, quizá hasta de algún viaje (pero no de recetas de cocina, así que aquellos que hayan venido hasta aquí por eso, ¡pierdan la esperanza!). Trataré de no hablar directamente de mi patética vida amorosa...Y no, señores, no todo lo que escribo (o escriba en el futuro) estará estrechamente ligado a mi flébil vida amorosa *se va a llorar a un rincón*; que hable con tanto sentimiento, no significa que tenga necesariamente el corazón destrozado o que arda dentro de mí la llama de la pasión (uy, sí, claro). En fin.
Llegará el momento en que deje de estar tan somnolienta y pueda escribir con más lucidez y gracia (parezco un zombie, llevo un par de días sin dormir del todo bien)... ese momento ¡No es este!; así que tomaré un breve descanso.
Por ahora, les dejo aquí una canción que ha estado toda la mañana repitiéndose en mi cabeza, curiosamente se trata de la canción que inspiró el nombre de este blog . "Cosas mías".

A veces.

A veces te recuerdo
Sin ninguna intención en realidad
Es que parecías la pieza exacta
Entre miríadas de entes en el planeta
La indicada para encajar…
En ocasiones disparatadas
(A veces, solo a veces;
En situaciones desacertadas… )
Sin querer, aún lo pareces.
                                                                           

Marchita.

Se quedó a mitad de la calle con su rosa roja y las espinas incrustándosele en las manos.
No sabía si correr o llorar, no sabía qué hacer; creyó que esta vez sería diferente, supuso que ahora tendría un buen final, pero ¿qué final es feliz?
Caminaba sin rumbo por las calles buscando algún lugar donde enjuagar la sal que escocía sus heridas, su corazón se iba transformando ¿qué le sucedía? . Había estado pintando en un óleo el retrato de algo inexistente que de pronto se había escurrido por completo de sus ideas, había estado tratando de narrar lo inenarrable, luchaba con vehemencia por un imposible; era la primera vez que no comprendía tanto dolor, era la primera vez que el arte no podía mitigar su suplicio, toda herida dentro de ella se hacía, de estampía, más grande. Había confiado ciegamente sin detenerse a pensar. Ahora que era libre, había olvidado el ave cómo volar; se había quedado suspendida en una cuerda floja, había caído en frente de un público exigente…
Toda su vida había querido enamorarse y en cuanto lo había hecho, se había dado con la ingrata sorpresa de que entregar el corazón no equivalía a que quien lo recibiera lo fuera a cuidar; justo cuando notó que jamás en toda su exigua existencia había querido de ese modo, justo cuando sabía que era capaz de entregar la vida, justo cuando creía ser capaz de pelear contra el mundo entero por defender aquello que sentía; se le había acabado la fantasía. Ahora tenía una herida más, otro motivo para llorar; mas de sus ojos no salía siquiera una lágrima, se sentía parte de un experimento, se sentía absurda y aún no lograba comprender qué sucedía a ciencia cierta; había sido abandonada a mitad de la calle, no tenía palabra alguna para expresar su congoja, se consumía dentro de ella lo último que quedaba de su amor errante, se había quedado sin poesía, se le había apagado la última esperanza; todo por haber dejado sobrevivir un sentimiento tan insufrible como ese…
Seguía a mitad de la calle con su rosa marchita, sin cuestionamiento alguno, sin emociones embusteras; se había convertido en piedra, al igual que aquello que antes había sido un frágil corazón; se había ahogado en su garganta el grito que clamaba por su nombre, estaba borrando los restos del verso inacabado con suspiros y desvelos. Jamás se había sentido tan libre. Ni tan impasible. Ni tan miserable. 

Se quedó ahí, a media calle, con su rosa marchita; esperando a que el tiempo las deshiciera.   



El reencuentro.

"Has cambiado" me dijo, como si uno no cambiara después de tantas subidas y bajadas, después de tantos golpes y caricias; había pasado un año y medio y, de pronto, me había dicho "te extrañé", me pareció absurdo, irreverente, irrisorio y por último solo atiné a sonreír (a reírme por dentro, más bien); "me extrañó" y durante cierto tiempo quedó oscuro un gran vacío, gélido, solitario... que de a pocos se cerró. Como si su partida y todo lo acontecido no hubieran sido nada, me encontró un día en la calle después de no vernos  por casi un año y medio, y me dijo "has cambiado", como si las cosas no mutaran con el tiempo, como si yo aún siguiera sintiendo algo y con alguno de mis actos o palabras le causara indignación. "Has cambiado" con una risa socarrona repitió, risa que ahora también tenía en el rostro yo.  
Luego charlamos, nos reímos un poco más; nos embriagamos un poco y seguimos riéndonos, sin motivo alguno, como un par de estúpidos. Nos quedamos en silencio, nos miramos, nos abrazamos, nos besamos, nos insultamos, nos reímos (otra vez), dejamos a toda la situación ser sin involucrar algún hilo de razón (o sentimiento); nos burlamos de ambos, de todos, de la gente que pasaba y nos observaba enajenada... Subimos a la azotea de su casa y hablamos un poco, de cosas inconsecuentes, de nuestras historias por separado, de mis heridas, de las suyas, de cómo todo se había ido al carajo; el velo luctuoso de aquella noche ilusoria se iba descubriendo poco a poco y la aurora frígida y gris (como siempre en Lima) nos saludaba, parecía habernos  sorprendido de pronto en medio de una plática y muchos sinsentidos; dentro de nosotros brillaba el sol, descubría de cuando en cuando su mirada buscando la mía, habíamos crecido y estábamos otra vez donde estuvimos en algún momento.

"Has cambiado" dijo y nuevamente me besó.         


                                                                                     

Una mañana común.

Pienso en el tiempo que pasa, sin apiadarse siquiera un poco de lo frágil que me he vuelto; pienso en el llanto que he llorado a veces hasta quedar seca; pienso en las risas que han escapado de mí hasta dejar fluir diáfanas lágrimas de alegría en su estado más puro; pienso en mi estado de tristeza constante y me pregunto si quién está mal es el mundo, que está cada vez más enfermo, o soy yo (que estoy quizá en mis últimos días), pienso en mi soledad transitoria, estancada para siempre en mis ideas; pienso que las palabras son capaces de curar las heridas del alma- pero que no es posible curarlas si no hay con quién hablarlas - la escritura es un placebo a las heridas y un insondable placer al alma. 
Pienso que el sol del atardecer es capaz de calentar los sentimientos olvidados, pienso que la tristeza mata; pero por estos últimos días, me ha recomendado el doctor que no piense demasiado. Yo solo sé, a estas alturas, que no tengo más opción que seguir, que tengo que reconstruirme, constantemente; que el sol va volver a salir; hasta entonces parezco estar condenada a fenecer en melancolía y despertar alegremente, cada día, para siempre.