24 feb 2017

El rostro de Charlotte.

Sus ojos
Ventanas abiertas
Claros del alba
Golondrinas bellas

Su rostro
Un bosquejo de luces
De albín y flores
Simetría perfecta

Su voz
Canto de sirena
Runrún del viento
Sonrisa eterna.

Patología amorosa.

El problema es… que yo no me enamoro.
Me enfermo de amor.
Y el corazón que yacía en algún vericueto olvidado, late con más fuerza; como si su estentóreo latir antes no se hubiera apagado, suicidamente vuelve a sentir.

Estoy destinada a morirme, es cierto; pero qué desatinado aquello de tener que vivir una agonía tan grande.  





Catarsis.

Algo dentro de mí sabe que aún te quiero…
No me deja mirar hacia ningún lado más… 
“Lo difícil no es olvidarte, sino estar pensando en hacerlo”
Me he quedado sin palabras, sin la más mínima intención de escribir; lo más sencillo era pensar que no era nada, que había pasado por eso antes; que pronto todo dolor se marcharía… Pero no ha funcionado; ni las canciones, ni la indiferencia, ni el olvido a cosas cotidianas que solía pensar cuando estaba cerca de ti; no puedo ni siquiera pensar en dejar de quererte, es tonto.
Ahora mismo quisiera estar diciendo otra cosa, algo que te complazca leer (o a cualquier otra persona que decida leer esto), algo más agradable para mí. Pero he decidido hacer una catarsis.
En algún vericueto recóndito de mi alma ha quedado lo que siento por ti. Quise quedarme para siempre, por si en algún momento me necesitabas, no deseo enrumbar a cielos nuevos... Creo que este es uno de esos sentimientos que se guardan en la memoria y el corazón, de esos que se lleva a la tumba; ya no escribo con amor, sino con desasosiego… Porque me asfixio en las palabras, en la deletérea y suicida sensación de haber tratado de enterrar lo que sentía, de haber tratado de ser fría… Ya no soy buena hablando, ni diciendo lo que siento; quizá me quede así por un muy buen tiempo… ¿Qué tanto hemos vivido?, quizá nada, el tiempo es relativo…
Hace unos días alguien me habló de tiempo en vez de intensidad, me sentí tan identificada; pero en vez de pensar en aquella persona - que parece estar tan perdida como yo – pensé en ti; no había intensidad contigo, no eras una persona “intensa” ,  y por tanto eras el perfecto complemento a mi normal forma de ser… desenfrenada.
-No me gusta hablar en pretérito-
Hace unos días una persona me sugirió algo que no estaba para nada relacionado con lo sempiterno, sino más bien con pasar un buen rato; sonreí… “¿O le eres fiel a algún recuerdo?” – bromeó. No respondí, pero conocía la respuesta… Suena idiota, pero era así. Le era fiel a un recuerdo… Ahora prefería mi tranquilidad solitaria a la llegada intempestiva de alguien, quizá,  más apasionado que yo. A mí la tranquilidad me viene bien. Pero no tanto la sensación de melancolía calándome los huesos…  
Me pregunté mil veces qué había hecho mal, me pregunté unas cuantas más qué era lo que impedía que sintieras algo; si se debía a algún problema dentro de ti, a que no creías en el amor, a que tenías miedo… si me hubieras dicho que había alguien más, hubiera podido odiarte con total tranquilidad. Hubiera seguido cargando conmigo como siempre he hecho. Por compromiso. Hubiera proseguido mi camino (llevándote secretamente en el corazón hasta el último de mis días). Pero no hablaste.
No te puedo culpar por no sentir nada por mí. Nadie lleva, tampoco, la culpa de no despertar algún sentimiento.
Prometí estar para siempre, pero, ¿dónde estoy ahora?.... O mejor aún, ¿dónde estás tú?
Me entregaría entera al letargo de esta sensación dolorosa, pero no puedo. He hecho una promesa, que no puedo romper.
Ayer alguien me propuso ir por una copa y luego hablar de buena literatura, de filosofía, de política, de arte; pero no tenía deseos de nada. Sonaba realmente bien poder hacer eso; pero noté (otra vez) que no estabas… Y lloré. Sin saber por qué…
La solución nunca son las lágrimas, pero no había soltado una sola desde tu partida. Así que lloré a mares lo que hasta ese entonces no había dejado salir (por esa vieja costumbre mía de acumular tristezas y reír hasta no poder)… Quería que estuvieras ahí, que fueras tú con quien me perdiera por las calles de Lima(o cualquier otra parte), no con él.
Me di cuenta de que no podía querer a nadie más y lloré.  Porque no estoy aprisionada a tu recuerdo, pero no es algo que sea a viva voluntad tampoco… Lo que siento por ti, me hizo sentir humana, me hizo sentir viva, me hizo sentir mejor que nunca… Aún me hace sentir humana, mortal; vulnerable y al, mismo tiempo, capaz. 
No quiero (ni pienso, ni puedo) confiar en nadie más… Has tenido la mala fortuna de cruzarte en mi camino y de haber sido el escogido para cargar con mi confianza; quizá ya no plena, pero si tuviera que dejar mi vida en tus manos, lo haría.  Sin dudar.
Salí de casa hoy en la mañana y llovía. No me sentí bien. Yo amaba la lluvia y las estrellas, ahora solo te recuerdo…  Ya no puedo sonreír (por lo menos no de verdad).

He acabado de escribir esto  y no pienso releerlo; necesito olvidar, es cierto, es lo más lógico. Pero yo no quiero. Si quieres vete. Eso no cambia en nada lo que siento, solo me retuerce (las vísceras, la mente, el alma, el nudo que tengo ahora en el pecho).
Algo dentro de mí sabe que aún te quiero…
No me deja mirar hacia ningún lado más… 
Por algún motivo duele…
Pero es lo que quiero.
Te escogí a ti, a pesar de todo, me quedo. 
Como siempre, no sé por cuánto tiempo…

Ojalá para siempre.

10- 08- 16



Quiero volver a escuchar tu voz.

El reloj ha estado marcando una hora distinta cada vez que lo vuelvo a ver de reojo. Así es, el tiempo no se detiene. Aparentemente.
Pensé en un inicio escribir algo simple; sin demasiados subterfugios, sin cursilería - De pronto cualquier cosa que susurre o desgañite enamoramiento, se me hace jodidamente cursi. Seamos sinceros, demasiada cursilería jamás es buena; termina matando todo, inclusive la magia que pretende darle al “amor”, llena y empalaga, hasta acabar con la última muestra de cariño. Fuera de eso, sabemos que estar enamorado no siempre es bueno… Es bonito, sí, pero no es precisamente un estado en el que se deba estar siempre si se quiere evitar ser ridículo todo el tiempo. Enamorarse no es malo; querer estarlo todo el tiempo, sí – pero ya vez que las palabras me han desbordado y no he podido hacer nada más.
Interrumpí el relato que escribía hace unos momentos para poder escribir esto, hace un tiempo que quería hacerlo, pero no sabía por dónde comenzar. Ahora que el sol dejó de brillar por mi ventana y ha llegado la hora de merendar; he encontrado las palabras exactas (en el momento menos indicado, como siempre).
La primera vez que concertamos en vernos estaba nerviosa, probablemente porque no te conocía o por el simple hecho que de por sí era raro que dejara que alguien más, además de mis amigas más cercanas, entrara en casa; recuerdo haber estado dando vueltas en torno a qué diría, no suelo ser muy buena comunicándome cuando hablo personalmente con alguien (lo mío es escribir) y además de las llamadas por teléfono y la foto que tenía de ti, no sabía cómo eras y poco me importaba, a decir verdad; me habías agradado bastante hasta ese entonces , así que el resto de cosas no tenían la más mínima importancia (salvo lo de estudiar, por supuesto).
Antes de verte  divagué un poco sintiéndome pérdida, las calles mugrientas y sórdidas, parecían de pronto haber cobrado colores más vivos; crucé la pista más de tres veces, sin razón alguna, creo que trataba de calmarme; mi paso era aletargado (a pesar de que iba casi corriendo); era mi hora favorita del día, faltaba poco para ver caer el atardecer. Esperé más de veinte minutos donde se supone nos encontraríamos (jamás he tenido mucha paciencia); estaba por irme cuando, de pronto, te vi. Lucías quizá más extraviado que yo, había estado observando los autos y los buses, tratando de ver el carro en el que se supone llegarías, pero mis ideas me obnubilaban y no logré, al final, ver el momento en que arribaste. 
Desde entonces aquel lugar ha tenido algo de singular, algo de “mágico”; sonará inverosímil y quizá hasta obsesivo, pero a veces me siento al frente del que fue tu lugar e imagino tu voz... Algo en ella me cautivó cuando la escuché, sonaba tan sosegada, tan lejana… como el mar, quizá. 
-Me pregunto si alguna vez habrá escuchado tu mente el llamado de mi voz-.
Te he escrito un par de versos, sin la real intención de hacerlo; simplemente han brotado como lluvia de mis manos y se han adherido al papel. A decir verdad, ahora último poesía es lo que menos escribo; así que no ha sucedido en muchas ocasiones.
He recordado, de pronto y sin  querer, tus ojos somnolientos, tu calma inusual a alguien que está en una ciudad tan agitada como esta,  tu aroma y, la ocasión en que llegaste el día de mi cumpleaños  cuando había perdido todas las esperanzas de que vinieras (estuve a punto de ponerme a dormir o de salir por ahí a perderme en la ciudad).  Tienes esa extraña y maravillosa cualidad para hacer que, de pronto, yo deje de sentir el tiempo… Lo cual es bueno, porque sabes cómo sufro por el tiempo y su impiedad. De algún modo lo detienes.
No sé cómo llegue a este punto tan extraño de no saber a ciencia cierta qué es lo que estoy haciendo… Debe ser que los días han estado más grises de lo habitual.
Mis sueños e ideales son algo aparte de ti , pero no son en su totalidad algo indiferente a lo que eres, o mejor dicho, a lo que te has convertido… ¿Y qué eres?, pues no sé; eres quizá aquello que busco vanamente en el paradero, cuando miro el carro que te traía hasta acá; eres de esos amigos que muy escasas veces se encuentran , de esos a los que se les puede revelar los secretos y penurias que siempre oculta el corazón; eres la esperanza oculta en mi alma cada vez que suena el teléfono o la puerta que da hacía la calle (he llegado a pensar en algún momento que he tocado fondo, pero todavía me quedan ganas de levantarme a veces, todavía tengo esas impropias ansias de querer seguir), eres tú y con eso simplemente basta. 
Precisamente ahora (y por quién sabe cuántos días, semanas, meses o años más)  tengo solo tres certezas; no quiero que te vayas, quiero saber más de ti y quiero volver a escuchar tu voz… Pondría entre estas un “te quiero”, pero resulta repetitivo, ya lo sabes; además debido a la índole del escrito, es algo que se sobreentiende (ni siquiera tengo la certeza de si leerás esto, pero si lo haces, espero no te aturdas; toma en cuenta este último párrafo, que es el que más importa, después de todo).
Mientras espero al momento en que pueda verte de nuevo; oscilo entre tus recuerdos, el tráfico de las mañanas, un poco de café, mis libros y  las lecciones que debo repasar para el próximo examen. Aprovecho alguna ocasión para caminar otra vez por el paradero observando los carros sin verlos, extraviada en mis ideas utópicas; aguardando ser despertada una vez más por tu voz.


30-03-2016.



Plática trivial de un reencuentro desesperado.

La luz de la tarde iba cediendo paso a la noche, sus rayos amarillos y rubicundos entraban apenas a la penumbra de mi habitación; había decidido no encender la luz. Mi mente divagaba entre ideas de diferente índole; que se mezclaban, al mismo tiempo, con un marasmo impropio de alguien que ha dormido más de diez horas. Giraba en la cama sin poder decidirme a hacer algo productivo o a dejarme atrapar por el soporífero calor de mis sábanas. 
Luego de no ingresar a la universidad una vez más; era normal que me encontrara en ese estado tan mohíno y para nada exento, como siempre, de ideas suicidas o escapistas.  
Finalmente decidí ponerme en pie y vestirme, pensé en ir a casa de un amigo y así lo hice.
Mientras estaba en el carro discurría en algún pretexto para justificar mi llegada inesperada de esa manera tan intempestiva.
Habían transcurrido solo tres días desde su llegada de tierras Cariocas y  yo había estado aguardando, de manera involuntaria, ese encuentro hace poco menos de dos años. Cabía la posibilidad de que no se encontrara en casa, ni siquiera tenía la más mínima idea de qué íbamos a hablar o de si iba a querer sostener plática alguna conmigo; hace mucho no habíamos tenido una charla amena y extensa, poco más que un intercambio de un par de correos y una que otra llamada llena de ambages y anécdotas sin sentido. Sin embargo tenía fe en aquel pasado glorioso en que hablábamos horas de horas sin aburrirnos en absoluto, así que no desistí de mi idea hasta que hube llegado a su puerta con mis pobres dudas y mi puño en alto. Pensé por unos segundos, pero en el peor de los casos, solo me llevaba un portazo en la cara.
Había estado alistando mis cosas para un viaje, antes de caer en la atonía en que había caído hace apenas una hora antes de salir de casa. Si las cosas salían mal no había problema alguno, no tendría que verlo hasta dentro de un par de semanas más o quizá nunca. 
Di siete golpes fuertes a la puerta, con la violencia de quien va a matar a quien aparezca detrás de ella. Repentinamente se abrió de par en par y contemplé detrás de ella la figura aletargada y empequeñecida de alguien a quien siempre había admirado. Tenía el rostro algo somnoliento y antes de poder disculparme por la brutalidad al percutir su puerta, me interrumpió.
-¿Y tú? – inquirió con una sonrisa cautivadora, surreal a aquel instante. Él era así, tenía algo de diferente, de extraño, de agradable.
-Venía un momento, a visitarte, ¿podemos platicar? – contesté tímidamente con la vista perdida en algún lugar del horizonte; el sol no había terminado de caer y me entregaba en ese momento el espectáculo más hermoso de aquel día; a lo lejos se apreciaba el mar.
-Claro, pasa – me dijo- disculpa el desorden, he llegado hace apenas unos días. Toma asiento en esa silla – concluyó, señalándome una silla al lado de una ventana grande con cortinas blancas, algo traslúcidas.
-¿Cómo has estado? – pregunté apenas pude sentarme.
-Bien, bien… pero dime, ¿de qué deseas PLATICAR? – hizo énfasis en la palabra “platicar”.
-¿Sugieres que no he venido a eso?
-Sugiero que me digas cuál es el propósito de tu llegada, mi estimada; no porque no me agrade, sino porque me tomaste por sorpresa – se explicó – te noto triste – comentó - ¿quieres un cigarro?
Estábamos en verano, sin embargo en aquel preciso instante sentía una leve sensación de frío; su habitación lúgubre me hacía presagiar una conversación amena, quizá con algún hallazgo revelador, quizá con las palabras que necesitaba para no mandar todo, después de eso, al carajo.
-¿Me ofreces tabaco? – indagué con fingida indignación.
-Claro, sabes que es lo único que fumo; no sé si tú fumes algo más, aunque lo dudo. Pero si prefieres Vodka o Whisky, también puedo brindártelos– replicó, lo miré con desconfianza –  ya  no puedo tratarte como a una niña – me dijo con una sonrisa un tanto burlona. Me reí. De pronto prendió el estéreo y se fue a lo que, supuse, era la cocina; regresó con dos vasos y una botella de Whisky – tomaremos – sentenció.
-¡Los vicios son uno de los problemas más grandes de la juventud peruana hoy en día!, además de la educación, ¿y tú me dices “tomaremos”?
-Salud por los vicios, mi estimada – contestó – y por lo podrida y jodida que está la juventud peruana.
Sonreí.
-Salud – le contesté.
Se desparramó a lo largo de uno de los sillones y me quedó observando, serio, pero con una sonrisa en los labios.
El silencio siempre me había venido bien. Y con él, el silencio jamás era algo molesto.
El silencio era útil para pensar, para rememorar, para perderme… Recordé en ese entonces que el día en que lo había conocido me había agradado muy poco, por el contrario, su presencia se me había hecho molesta; cuando lo conocí era mucho más antisocial de lo que era en la actualidad; había crecido entre cuatro paredes y siempre aislándome de los demás; no por miedo, sino por desinterés, lo que los demás hacían o decían no siempre era de mi agrado o de mi incumbencia, así que prefería alejarme de las personas; no me había sentido sola, hasta que lo conocí. “Tú no estás enamorada” me  había dicho “tú te sientes sola”… ¿Y qué era sentirse solo?, jamás lo había pensado, jamás me había importado; como muchas cosas, me era completamente ajeno. Sin saberlo con esa frase me abrió una puerta inmensa a un mundo que toda mi vida había estado ignorando. El de la introspección. 
Era sencillo a los catorce o a los quince decir que me gustaba fulano o mengano, era sencillo porque entonces no era más que eso; podía hacer algo de drama, pero el asunto no iba más allá de un par de lamentos  o alguna lágrima, a la semana todo dejaba de importar, a los dieciséis no era muy diferente; tuve un amigo al que era muy cercana; afirmé siempre que me había enamorado de él, pero jamás supe con certeza si era eso o simple apego. No tenía amigos con los que hablaba a diario, no pasaba mucho tiempo con mi familia; mi personalidad no era propia de la de alguien de mi edad, pero tampoco era del todo fuera de lo común… Era respetuosa con quienes debía, inteligente para los profesores de mis cursos favoritos; solía pasar más tiempo con personas mayores, oírlas aconsejarme… Mis modales no han sido nunca los de una señorita recatada, gazmoña; pero tampoco eran del todo salvajes. No solía expresar demasiado, de hecho, odiaba hacerlo.
Sí, estaba sola, evidentemente; lo sabía, pero no me sentía así. Había crecido lejos de alguien a quien pudiera seguirle los pasos, alguien a quien imitar… y estaba muy consciente de que la culpa de eso no la tenía en absoluto nadie. No admiraba a nadie, no quería ser como nadie. Hasta que lo conocí.  “Me recuerdas a mí” había dicho en algún momento él (Me he preguntado en la actualidad si  me parezco realmente a él; aunque a estas alturas no es para nada mi intención).
-¿Qué decías sobre la educación en Perú? – habló por fin, luego de un largo lapso de silencio.
- Que es un problema – le respondí, volviendo en sí – es responsabilidad de los padres, de las entes gubernamentales, de los colegios, de las universidades… Que no hacen nada en realidad, todo se jode a paso rápido y a todos les importa poco o nada – concluí.
Me quedó observando por un momento más.
-No deseas hablar de eso, ¿cierto? – inquirió; quizá sabía que cada vez que el tema que tocaba no era precedido por una verborrea y muchos ejemplos, se trataba de algo que me incomodaba o de algo de lo que simplemente no tenía deseos de hablar.
-No ingresé a la universidad, ¿cómo diantres esperas que me sienta al hablar de educación?  - espeté malhumorada.
- No ingresaste, ¿y? - preguntó
- Y no es posible que se cierren tantas puertas a personas deseosas de estudiar, de forjarse un futuro; es decir, la gente busca mejorar…
-Siempre hay distintos modos de llegar a eso. Yo no ingresé y mal no me ha ido – me contestó.
-No lo comprendes – le dije – no todos tienen las mismas oportunidades…
Seguía sin ganas de hablar de ese tema.
-Sé que quiero hacer con mi vida – proseguí – he hecho planes, no estoy del todo perdida; pero no veo oportunidades.
-Hazlas – me contestó.
- Las haré, pero ahora quiero irme; las ansias que tengo por escapar de todo han crecido, así que me iré por un tiempo.
Me recordé por un breve instante encerrada en mi cuarto, gritándole a mi familia que no quería escuchar de nada, que me dejaran sola… Hace mucho deseaba estar así, era a lo que estaba acostumbrada; estar sola me ayudaba a pensar, a organizarme, a reconstruirme; el tiempo en soledad jamás ha sido malo.
-Está bien – dijo. El silencio nos invadió una vez más.
Sin duda alguna había pasado el tiempo y no teníamos nada interesante de qué hablar.
-Tengo que alejarme de las personas, del barullo, de las redes sociales, de las lecturas ligeras; no me traen nada bueno – le dije – están entorpeciendo mis ideas. Necesito tener la mente enfocada.
-¿Y los sentimientos?
-De esos también me alejo – concluí.
-Hablaba de si también pensabas enfocar mejor eso, pero, ¿de esos por qué te alejas? – preguntó.

-Haces muy bien tu trabajo de entrevistador – bromeé – verás, me alejo de eso porque siempre obnubila mi mente, la cubre por completo… En especial cuando hay incertidumbre, la incertidumbre me frustra y no soy buena tolerando la sensación horrible de no poder hacer nada.

Me acomodé en el asiento, algo ofuscada.

-Mi estimada, te haces líos por las puras – respondió sin miramientos – puedes huir de la ciudad, de una persona, de una situación, pero de tus sentimientos… no te engañes, de esos no te escapas… Puedes no pensarlos, pero eso no evita que sigan ahí, ocupando su lugar dentro de tu inconsciente. ¿Tienes otra vez problemas con el amor?

-Suena horrible, ¿cierto? – inquirí – pero es así, tal cual.

-No sufras, querida, por amor; el amor se disfruta, no se sufre… Bueno sí, pero no por los motivos que estoy imaginando que hacen que sufras ahora…

-El concepto lo entiendo – lo interrumpí – la teoría no es difícil, sino la práctica.

-¿Y se puede saber, de manera más extensa, cuál es el motivo de tu desdicha?

-Lo de siempre- contesté.

-¿No ser correspondida? – hice un gesto afirmativo - ¿pero qué haces sufriendo como cojuda porque alguien no te quiere?; si no te quieren, pues tómalo como es y continúa; si eliges sufrir es cuestión tuya, pero no debes verte por nada como víctima de alguien por eso – terminó de decir con un gesto serio.

La ferocidad de sus palabras siempre había podido descorrer la venda de mis ojos.  Pero en aquel momento no me terminaba de convencer de que lo más correcto era tomar aquel consejo.

“Entonces, ¿cómo le explico a la razón que deseo seguir sufriendo?, que el dolor es voluntario…” Pensé.
"Si quieres enamorarte, enamórate", me había dicho tiempo atrás, "total, es una decisión tuya"; qué fácil resultaba en ese entonces pensar que el enamoramiento era una cosa de uno y de nadie más. Qué fácil resulta ahora creerlo. "Sufre tú sola, si quieres", me dijo después "pero tendrás que estar consciente que de la otra parte nada hay por ofrecer, que tú te estancas mientras el otro vive". Me importaba poco lo que me dijera, fuera cierto o no, yo seguía ensimismada en su mirar, en su risa, en algo de su voz que aparentemente nada de especial tenía; se había vuelto parte de mi mundo, pero no una parte irreparable, había puesto en duda muchas cosas que antes para mí eran claras; no tenía ganas de enfermarme de desamor otra vez.

-No sé, quizá solo quiero conservar su amistad – me excusé.
-No quieras tapar el sol con un dedo, mi estimada, déjate de subterfugios infantiles.
Bajé la mirada, la oscuridad nos había cubierto casi por completo; en la penumbra apenas vislumbraba su figura en el sofá.

-¿Por qué sufres? – dijo en un susurro dulce - hay miles de hombres más en el planeta, en la ciudad; conocerás muchas más personas… Olvidarás todo esto. No es difícil que atraigas a alguien… Estarás bien.
Por primera vez sentí que sus palabras eran ajenas a lo que sentía, a lo que pensaba. No quería ser deseada, no quería al resto de hombres de la ciudad. Quería ser amada, y no por cualquier persona, sino por él.  Yo sabía que aquel amigo de años comprendía eso, pero había preferido alejarse de una situación similar; así que era el mejor consejo que podía dar; quizá más que a mí, se hablaba a sí mismo. Éramos tan similares…
¿Estaríamos en ese estado oscilante para siempre?, yo antes realmente había querido ser como él… Pero algo de malo debía de haber en ambos para que esa clase de cosas nunca funcionaran con nosotros O éramos en muchos aspectos incompatibles con cada persona a la que decidíamos entregar el corazón, el alma… A lo mejor no era posible que alguien nos amara. Quizá yo estaba condenada a vivir amores contingentes, al igual que él, por el resto de mi vida. Quizá por querer ser como él había quedado condenada a ser libre… y soportar y disfrutar, como él, el peso de la soledad.

Cada vez que nos veíamos tenía que aflorar alguna plática como esa… Sincera, hiriente, pero después de todo, amena.
El aire se  iba extenuando, y yo cada vez estaba más helada;  necesitaba irme de ese lugar.
Pasé el dorso de la mano por mi rostro, tratando de esconder aquella lágrima extemporánea que se había escapado. Esbocé una sonrisa falsa.

-Ya no importa – le dije- igual me voy mañana. 








No tengo nada.

Ahora no tengo nada
Solo tengo un par de sueños
Y mi siempre fiel soledad
Un par de Jeans gastados
e insomnio por las noches
Tengo gris y azul
Y el sabor amargo 
del café por las mañanas
Tengo un lado lúgubre
que siempre me acompaña
Al final, no tengo nada
Tengo la luna en mis pupilas
y el sol cayendo en tu mirada
Tengo tus ojos y tu sonrisa
brillando en el cielo por las noches
Tengo tu voz besándome el alma
y tu risa impregnada en el aire
Solo tengo memorias ensombrecidas
que por ratos irradian luz
Y te tengo sin tenerte
(En ausencia presente)
Te quiero, sin poder verte

En pocas palabras, estoy jodida 
y en resumen, no tengo nada.




Ojos de ángel.

Ella es de un material etéreo
Similar al de la porcelana
Más por frágil que por bella
Es poseedora, sin saberlo,
De una beldad bastante extraña

Criatura de muchas palabras
Con mensajes breves y pausados
De corazón melancólico y mente babélica
De naturaleza nefelibata.

Es un ser solitario y obnubilado
De ojos tristes y apariencia seráfica.



Su sonrisa.





Capturada en un momento
Perfecto y sempiterno
Estaba su sonrisa                    
Llena de vida
Exhalaba sueños

Su mirada de arrebol
Con mil atardeceres en ella
Le devolvía al ocaso
La calma impropia
De un verano en la ciudad

El café de sus ojos
Fuera de matar el sopor
Lo devolvía a mis párpados
Que se cerraban somnolientos
Al son adormecedor de su voz

Su voz, su voz única y serena
Pasaba desapercibida
Dentro de lo que parecía ser entonces
Una tarde cualquiera

Hacía dónde lo llevarán ahora
Sus pasos ligeros y aletargados
A kilómetros de mí
Separados por agua y tierra

Se van lejos persiguiendo quimeras
Se van lejos para no volver
Lejos de mí, se lleva
Sus eternos ojos de atardecer.





Paseito crepuscular.

Poetiza en el auto
a plena carretera
contemplando perpleja
las nubes de algodón
que camuflan a la luna
que acarician la piel del cielo

de modo alguno,
un ocaso perfecto.

La luna me muestra
de pronto su sonrisa
sincera y brillante
va destilando versos
versos que nadie más escucha
-Qué ocaso para más bello-

Voy inhalando el aire fresco
Cielo nocturno
Nubes rosáceas
-Tenía muchos deseos
De salir hoy de casa-.






Tarde lluviosa.

-¿Sabes?- le dijo con una voz suave, apenas en un susurro - qué feo eso de que en algún momento nos muramos o nos dejemos; pero más feo, mucho más feo, eso de dejarnos huella, mi vida; mucho más feo, eso de darle chance al tiempo de desgastar nuestros sentimientos; sé que no hemos hecho eso, pero aun así, temo lastimarte - confesó. No se imaginaba una vida sin él, pero no se atrevía a decirlo; le preocupaba solo saber amar con nostalgia, nada la aceleraba más que el miedo trémulo de dejar alguna astilla de su corazón, roto aún, dentro del de él; ambos se estaban curando con mieles y palabras; se habían entregado entre ambos: sueños, sentimientos, historias, temores... la vida en sí. 
Él la había estado oyendo, mas no le respondió, le sonrió; sabía dentro de sí que si no se alejaban, de todos modos, la muerte los separaba; no quiso decirle nada más porque después de todo era la única persona a la que permitiría, ahora, dejarle huellas y verle las heridas; la melancolía los consumía aquella tarde sombría pero, como nunca - a pesar de la lluvia y el frío – el calor dentro de ellos era grande. En el alma, en los brazos... En el corazón, sentían calor; incluso en los rincones más fríos. A pesar de los miedos, en contra del tiempo y de la confusión… sentían calor porque estaban juntos.








Breves explicaciones.

Sucede que, revisando entre mis archivos, encontré muchos escritos (malos, buenos, horribles) y pues he decidido subirlos en desorden; podría ponerlos en orden, pero toda historia que pueda narrarles ahora acerca de mí se resume a tres escritos (al menos si se trata de anécdotas amorosas, al menos una que ya esté por escrito en un resumen); ¿que si no tengo nada más de que hablar?, pues sí, pero no he tenido tiempo suficiente para escribir, muchos menos ganas. Me ha tomado por sorpresa un estado algo depresivo, hace mucho no estaba así. Sin embargo supondré que es solo nostalgia. Mientras tanto os dejo con un par de mis escritos; pueden comentar, sumar +1, compartir, hacerme recomendaciones; a decir verdad, tengo mucho de que hablar, pero no he tenido tiempo y ahora mucho menos lo tengo (ay, la muchacha ocupada).
A propósito, el verano ha estado muy feo. No tengo por qué mentir....
Me gusta el verano cuando tengo vacaciones, de lo contrario, se trata de una estación tortuosa.
¡Invierno ven ya!

P.D: Aquellas tres historias que mencioné, son las únicas que tienen fecha de escritura al final de la página. Y por si alguien quiere saber de qué escritos se trata, puede preguntarlo con toda confianza.

Les dejo una canción de Enanitos verdes para distraeros...


Hasta siempre, quizá.

Sin duda alguna tu recuerdo 
seguirá latente, perdurará, 
aun siendo el más doloroso 
y el más bello... 
Lo guardaré como baluarte, 
como tesoro y como tormento...
Vendrán tiempos peores, 
no cabe duda; 
vendrán días de luz, 
nunca faltan...
Hasta entonces,
te entrego un fugaz hasta siempre.











Lo que me ha hecho tu voz.

Me he dado cuenta, de pronto 
de la corriente ligera que me he vuelto
brisa marina, céfiro de pradera
Cambiante, como siempre
pero de algún modo más serena.









De amor, tiempo y distancia.

Hay corazones unidos
con hilos de acero
a pesar de la distancia
a lo largo del tiempo.



Tú no existes.

¡Cuántas veces más te extrañaré!
¡Cuántas veces más el corazón
enredará con sus palabras la vida, la mente
haciéndola dudar de tu inexorable partida!
¡Utopía irreverente!
¡Tú no existes!  
solo las ánimas de tus recuerdos,
que deambulan, aún cautivas, 
por el silencio absorto de mi habitación.



Flashback.

Tus cejas enmarcando tu mirada dulce,
tu sonrisa lejana y suave
como el alba...
¡Tu recuerdo!, ¡tu sempiterno recuerdo me invade! 
¡Invade todo! Sacude mi memoria... 
La reverberación de tu voz en mi mente
me despierta y me duerme,
te extraño tanto o más que ayer... 
Pero esta vez tengo casi la certeza
de que ya no te voy a ver...
¡Oh, agonía lenta y deletérea,

te estás llevando de a pocos mi existencia!