7 sept 2017

Runaway.

Se despertó con las ansias aceleradas, eran las cinco, apenas alboreaba; debía correr para llegar a tiempo al trabajo, luego debía ir a estudiar, debía pensar en qué almorzaría, en qué cenaría y a qué hora regresaría al espacio que ocupaba dentro del viejo edificio que habitaba hace ya casi tres años. Así era cada día, esa era ahora su vida. El no saber en qué se había convertido o qué sería de su futuro, la apabullaba; el estrés de todo lo que la rodeaba, los gritos, las órdenes, los sueños incompletos y las metas sin cumplir, percutían con violencia en su cabeza.
Se bañó y vistió rápidamente, para luego caminar hacia el paradero con las manos gélidas en los bolsillos. Era invierno, estaba lloviznando; afuera se apreciaba el cielo gris, la neblina cubría los cerros y casi se podía respirar la humedad. Abordó el carro abarrotado de gente y se puso a pensar en todo lo que le correspondía hacer aquel día. Llegó tarde por haberse quedado atrapada en la congestión vehicular dos horas. Para sorpresa suya, al entrar al despacho su jefe parecía encontrarse de buen humor; mientras este le hablaba en un tono amablemente conminatorio, se le fue borrando la sonrisa; fue haciéndose a la idea de que iba a perder su empleo, hasta que su superior hizo una pausa, sugiriendo luego “claro que podríamos arreglarlo de otra manera” con un gesto burdo.
Por ser una trabajadora informal, no pudo hacer demasiado; así que salió del local cabizbaja, sin dirigirse a un lugar en específico. Fue entonces cuando la impotencia la invadió y comenzó a cuestionarse qué hacía ella en ese lugar y en todos los lugares que frecuentaba a diario;  sentada en una banca, comenzó a observar a la gente como simples máquinas que trabajaban siempre al mismo ritmo, muchos de ellos sin propósitos reales y otros sin siquiera un propósito; siempre había dicho que no sería parte de ello, le bastaba vivir con lo necesario… pero entonces la vida le había dado un golpe más bajo y parecía de repente que nunca sería suficiente; pensó en que quizá había tomado el camino equivocado y haciendo literal su idea, comenzó a correr en dirección opuesta. Pasó por cada lugar en el que había estado antes, inclusive por el viejo edificio donde vivía; tomó algo del dinero que tenía ahí y alquiló un auto. Después manejó lo más rápido que pudo, sin saber exactamente a dónde iba ; a lo lejos aún se veía el mar, así que debía seguir en la costa. Cuando se hubo cansado de manejar, se hospedó en un hotel al lado de la autopista para recobrar un poco las fuerzas; cuando el sol rayaba las aguas del mar de color naranja volvió a subir al auto. Esta vez manejó  más cerca del mar, ver sus aguas tranquilas, la sosegaba; así que se mantuvo ahí hasta que el cielo lila la alertó de que debía de volver a emprender su viaje hacia lo desconocido; entonces, se alejó de la playa y su calma momentánea, para huir por la carretera hacia algún desierto, allí donde las nubes no cubrían las estrellas. Manejó nuevamente como si la persiguiera la peor de sus pesadillas (probablemente fuera así), hasta que vio que el cielo iba a manchándose de escarcha plateada, blanca, celeste; mientras observaba con más detenimiento, notó que aparecían más estrellas; eran después de todo bellos cuerpos inertes flotando lejos, despreocupados. Comenzó a girar sobre su eje mientras estas parecían bailar en torno suyo, más bien sobre ella. De seguro ella era la única zafada con un auto estacionado al lado de la pista, en medio de la nada, girando como si estuviera en medio de algún trance ocasionado por alguna droga inexistente. Comenzó a bailar con las estrellas, hasta que el frío hizo de las suyas y debió volver al auto viejo. Se dispuso a volver a casa.
Había avanzado hacia el amanecer, cuando notó que quedaba poca gasolina en las galoneras que llevaba como provisión; sin saber aún dónde estaba, decidió seguir avanzado, hasta que el cielo comenzó a teñirse de naranja nuevamente y el auto se apagó. Intentó llamar a algunas personas, pero la baja señal impedía que las llamadas entraran. Estaba extraviada.

Pensó en ese instante, en que no todos huyen lejos con la intención de no regresar; algunos solo se toman un tiempo para volver en sí, para retornar a su hogar, algunos exploran para encontrar una ruta distinta que los lleve a donde siempre quisieron llegar. La vida no es un camino conocido - se dijo - no se tiene un mapa preciso de esta. Algunos se pierden de vuelta a casa y necesitan de alguien que los ayude a encontrar el camino antes de que la completa oscuridad los devore con sus fauces eternas, cuando se han aburrido ya de buscar.

Ella huyó porque quería bailar, quería cantar, quería volver sobre los pasos que la habían llevado a donde se encontraba; no quería detenerse a pensar a dónde había llegado, solo deseaba estar lejos de donde solía estar, siquiera un momento. La abrumaban los problemas, la incertidumbre y lo mejor que pudo hacer fue comenzar a correr sin detenerse, sin voltear. Pensaba en la calidez de su hogar y en el brillo de las estrellas que la habían rodeado un día antes.

Parada en medio de la carretera vacía en pleno ocaso, rodeada por altos y pálidos árboles, luego de haber bailado un buen rato, se preguntó de pronto “Si no puedo llegar a casa, ¿quién me llevará?”





2 ago 2017

Bloqueada.

Es sabido ya, que luego de un tiempo de estar uno desangrándose, se muere. Al menos es así cuando el corte es profundo. No dudo de que el corte que me dejó aquel cómplice y amigo hace ya mucho tiempo haya sido mucho más que algo superficial, pues mucho en mí cambió. Perdí confianza en las personas, perdí mi amada capacidad para expresar cada cosa que sentía a detalle, perdí mis ganas de encontrarle a cada día algo que lo hiciera especial... Yo era una persona feliz, yo era una persona libre; fui aún más feliz cerca de él, pero el precio a pagar ha sido demasiado alto para mi gusto; a veces puedo conseguir aún algo de la alegría que en algún momento tuve, pero es siempre algo fugaz. A pesar de esto no lo odio, por el contrario encontré alguien a quien amar, alguien que a veces parece tener consigo más pesar que el mío... Pero no me desviaré ahora de lo que venía a decir, no puedo adelantarme. 

Hoy salí de casa sin reales ánimos de salir, sin entusiasmo alguno (los días son así más a menudo); abordé el bus y me puse los audífonos, sin embargo no ponía atención a la música que salía de estos ¡Hasta la música empieza a dejar de tener sentido, hasta la música deja de alegrarme!; no hubo suceso alguno de mayor importancia en el trayecto, tomé asiento a mitad del camino, y pegué la cabeza a la ventana, parecía que mi cerebro se hubiera hartado de pronto de mantenerse cerca al cuerpo que a veces siento impropio, miré hacia afuera del bus y sentí más frío; todo estaba nublado, yo apenas respiraba. Me dormí por unos segundos y al despertar estaba ya a una cuadra de mi paradero, me puse en pie y me arrastré a través de la gente y bajé por fin del carro; lo que me quedaba por recorrer a pie hasta la universidad se me hizo infinito, observaba todo sin tomarle atención, me sentía dentro de un mal sueño. Ingresé al auditorio para el ensayo del coro, encontré a un conocido y me ofreció caminar por nuestra facultad, conversar y cantar un rato. Lo seguí. Nos pusimos a hablar, de distintas cosas. 
De pronto todo me recordaba sus ojos tristes, oscuros, febriles a veces, sentía de repente pasión y nostalgia y me reía mirando al pequeño bosque frente a mí; me preguntaba entonces mi acompañante temporal por qué sonreía de esa manera, no le daba razón alguna y me pidió tomarme una foto, no prestaba atención a nada más. Habían acaparado los recuerdos mi mente por completo, después me tomaron por asalto distintas palabras que había dicho, hasta entonces todo era calma; pero las memorias tristes injuriosas irrumpieron en mi perfecto ambiente de dulce nostalgia y cariño; entre una y otra empezaron a morder mis ansias de buscarlo y decirle que lo amaba, la desconfianza y el dolor tomaron las riendas y mientras escuchaba con mi amable conocido una pieza de ópera, me paré intempestivamente y empecé a subir las escaleras, riéndome, pidiendo oír otra canción que sonaba de fondo. Sucede que el lugar en que me encontraba se había llenado de un aire cargado y apenas si podía inhalar un poco de oxígeno. Entonces, corrí y seguí saltando, traté de convencerme de que todo estaría bien. Comentó que yo le parecía una persona llena de energía, pero después de un rato quise ir a casa, me dolían los huesos y solo quería dormir. De camino me decidí a ir a ver a un viejo amigo, quizá con la esperanza de dilucidar lo que me sucedía, cada día estaba peor; platicamos, caminamos por las calles oscuras y pude notar quizá con algo más de claridad qué me sucedía; pero volví a casa sin una solución y hasta ahora miro el techo, como de costumbre, cada vez que estoy perdida. Tengo tantas palabras no dichas que he olvidado de pronto qué era exactamente lo que quería expresar, se han podrido ahí dentro y ahora solo duelen; casi siempre acontece de esa manera, acumulo tristeza hasta no poder más; después me enfermo y toma tiempo recuperarme... Pero si hay algo que puedo aseverar sin duda alguna es que el dolor de quien amo, me duele; que sus ganas de morir me sofocan porque lo quiero demasiado, que me estoy asfixiando por la bruma de la melancolía y la falta de ingenio para dejarla plasmada en algún lugar fuera de mí, la amargura me invade al saber que no volveré a saber de la vida  de un amigo que se supone sería de toda la vida, me enfurece ser culpada sin tener realmente la completa responsabilidad de algo, me molesta no ser reconocida por mi nombre sino más bien por un titulo que se me otorgó sin consultarme, de pronto me quitaron la personalidad y me resumo a un par de características y palabras que desbordan por todos lados algo que nunca quise ser; me estoy ahogando porque me siento desamparada, encadenada, sola, agotada, muda, tambaleante. Nada más insoportable que encontrarse bloqueado y tener tantos asuntos a medio solucionar que no sabes precisamente por qué estás como estás. 

Ya no soy la de hace apenas unos años atrás, ya no vivo esa vida, ya no existo de la misma manera; no canto las mismas canciones, no disfruto de los mismos placeres simples, no escribo de la misma forma y pensar siquiera en hacerlo me resulta ahora algo inusual. No es bonito darse de bruces con la realidad para alguien que nunca pidió conocerla, ¿será eso?, el mundo siempre es cruel.

Quizá sucede que extraño quién era, no es ese un problema que pueda solucionar nadie; no puedo volver atrás ni convencerme de amar lo que soy ahora, porque no se me da de manera genuina, porque esta persona a veces parece estar muy lejos de mi yo natural... o más bien, parece haber surgido de algún rincón insospechado que hubiera preferido permaneciera oculto. 

Me queda entonces nada más que la sensación agobiante de querer llorar y no poder verter alguna lágrima.
No tengo, mientras tanto, algo más que pueda manifestar; tengo solo palabras sueltas y una maraña de recuerdos en la cabeza.





20 jul 2017

Last letter.


Me estoy cansando de vivir porque ya no vivo, no controlo mi tiempo, no elijo qué hacer ni cómo.
Estoy escribiendo esto como un intento (probablemente fallido) de carta suicida y te hablo a ti porque a esta hora todos están en línea, demasiado desconectados como para oírme. 
Hoy murió Chester Bennington y muchos lo han recordado, se han emocionado con sus canciones y han lamentado tal pérdida, pero eventualmente cada cual ha seguido su rutina (salvo la familia del difunto, quizá)... vaya que nadie es importante; en algún momento llegué a creer ingenuamente que la muerte, al igual que el nacimiento, era un evento relevante; al menos así lo hacían ver las antiguas civilizaciones, al menos eso me hizo creer el dolor de pérdidas cercanas; pero olvidamos una muerte al aleteo de una mariposa, la vida prosigue, el llanto no tendría por qué ser eterno... y es cierto ¡Totalmente!  ¡Pero por ello mismo me veo reducida a un número!, una cifra más dentro de los millones y millones de habitantes sobre esta inmensa roca redonda que gira sin razón aparente al rededor de una de tantas estrellas localizada en uno de tantos espacios dentro de una de tantas galaxias. Sinceramente no termino de comprender cómo el ser humano puede sentirse en alguna ocasión lo más grande, no comprendo cómo yo a veces puedo estar tan feliz sintiéndome humana. Hace un momento me sentí más fútil que nunca, más fugaz, más ligera y más sola. Lo más triste es que no tengo a quien contagiarle este sentir mohíno y apabullante, y no es que necesariamente deba hacerlo, pero al menos me permitiría sentirme menos abandonada al azar, menos solitaria; para tragedia mía aquellas dos personas con quienes tranquilamente podría platicar de esto están una lejos (tú) de manera indeterminada (hasta siempre) y la otra se encuentra demasiado deprimida como para cargarla más.
Sin lugar a dudas, pegarme un tiro en la cabeza no es la salida, pero, ¿crees tú que caer a la pista accidentalmente un día de lluvia lo sea?; siempre te dije que quería morir sin dolor, sin embargo a veces no tolero sofocarme entre todo esto; lo digo de manera literal, mi estimado, porque siento cómo se anuda algo en mi garganta y cómo manos invisibles presionan con todo su ímpetu mi pecho; siento el crujir de mis huesos a los golpes del aire frígido y siento al grito ahogarse dentro de mí mientras hago mi máximo esfuerzo por seguir respirando; después todo esto se multiplica por dos, por tres, por cuatro, por cinco, por seis; hasta que todo se vuelve oscuridad... Claro que no siempre, pero el dolor es tan real que estoy segura de que no lo resistirías. Padecer de esto es sentir que el corazón se te quiebra en mil pedazos una y otra vez, a veces a diario. Sucede en ocasiones en que todo parece estar bien y soy feliz... aguarda de pronto, al final del pasillo,  mi verdugo con un bate en la mano, listo para pegar. En ocasiones son útiles los abrazos, a veces las palabras de aliento; en ocasiones sirve reírme mucho, bajo otras circunstancias dejar todo de lado; a veces sirven los besos, a veces parece servir el amor que bien conocemos los mortales; en última instancia, las pastillas...  Pero hay ocasiones en que nada funciona y vendría bien tu presencia para observarme desvanecer o bien para gritar conmigo cuando el dolor se torne insoportable...
Es en estas ocasiones que no importa nada porque nada puedo hacer, de cualquier modo es para mí algo inexpresable y para los demás algo incomprensible ... Como ahora
¡Todo el amor del mundo no basta!,¡me estoy asfixiando!. 

6 jul 2017

Petit cadeau.


Si pudiera darte de la alegría que traigo siquiera un poco, lo haría; es más, te entregaría envuelto en besos y caricias todo mi entusiasmo por soñar y por vivir, entregaría a tus manos agotadas mi vitalidad, te daría mi alegría hasta quedar seca si eso pudiera hacerte siquiera un poco feliz.

27 jun 2017

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Yo no escribo, es decir, no escribo nada bueno; solo pongo en la pantalla (o el papel) cosas que en persona sonarían muy cursis, absurdas.
Yo no canto, al menos no del modo correcto, solo emito sonidos desentonados que escarapelan la piel a las personas, por incómodos, por extraños... yo no actúo, porque no puedo pisar un escenario sin sufrir un vahído.
Yo no soy artista, a pesar de amar el arte.
Porque un artista no es solo artista por el sentimiento, por la murria, la euforia y el brillo que su supuesto don divino le otorga; un artista es lo que es por sus vastos conocimientos y técnicas... Tener el llamado genio artístico es ya otro tema.
En todo caso ni soy el primero ni poseo del segundo más que tres granos de arena.
Lo que sí tengo todo el tiempo... son kilos y kilos de sentimientos.


18 jun 2017

¿Recuerdas?

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"Pienso en otoños que ya fueron,

pienso en inviernos que volvieron, sin ti no es igual. Busqué en tus ojos mi destierro, sigo tus pasos voy a tientas, di a dónde vas. Y quise llorar
por ti y por mí, un día más..."



Detesto los flashbacks, sobre todo los que he tenido esta última semana; desearía no haber vuelto sobre mis pasos, es trágico y bueno no haberte visto otra vez, quién sabe en qué estado quedaría; no sé de qué modo podría reaccionar. A estas horas, el sol entra directamente por la ventana de la sala, por alguna razón me recordó a ti (y escribo como si te hablara porque no encuentro otro modo de hacerlo), me parece que estás sentado en alguna silla, preguntándome si estoy lista para los retos que devienen; que te ríes sin ganas de alguna de mis estupideces.

Me dijiste en alguna ocasión que era yo muy bonita, me molestó mucho, comentabas algo de mi sonrisa que me agradaba y me hacía sonreír; me recuerdo llorando, tirada sobre mi cama, por algún amor que se había ido de improviso, te preocupaste... Lo irónico es que me puse peor cuando te fuiste y no había nadie similar a ti tomando mi mano. Condenada hora en la que se me ocurrió creer ingenuamente que te quedarías para siempre. ¿Recuerdas que prometiste que serías tú quien sacaría la basura si nos mudábamos a vivir juntos cuando me quedara soltera a los treinta años para evitar que me suicidara? (descuida, ya no quiero morirme, aun así no sea ahora un asunto de tu incumbencia). Recuerdo que nos quedábamos hasta tarde conversando, inclusive en las ocasiones que viniste a mi casa. No esperaba menos de una persona tan entretenida (de mi mejor amigo, para ese entonces), me explicabas diferentes fenómenos y me resultaba aún más interesante oírte hablar. Cuando me di cuenta de lo que sentía, fue extraordinario y triste, lloré por anticipado. Quería volver a verte, oler tu perfume, reírme de tus gestos; no podía evitar bajar la mirada cuando te dabas cuenta de que había estado observándote, sentía que algo en el rostro me explotaría de la vergüenza. No sé si estimé más tu amistad o el tiempo en que me enamoré de ti, quizá ambos sucesos se dieron en paralelo.Te guardé una especie de devoción terrorífica y hasta ahora me asusta encontrarte ¿Recuerdas por quién sentía un miedo similar o quizá peor?, se trataba de algo muy distinto, ahora estoy segura; en muchas ocasiones dije cosas muy estúpidas, movida por mis emociones. Lo único cierto, en resumen, era que te echaba de menos. Aquella vez que caminamos por el Centro de Lima, tomados por el brazo, te dije que era uno de mis lugares favoritos, ¿recuerdas la canción que sonó cuando caminábamos por el Jirón de la Unión?, te dije que me gustaban los museos y sentir frío, viste que realmente estaba sintiendo frío y me ofreciste una casaca extra que llevabas en la mochila. No recuerdo por qué me negué a aceptarla, quizá porque hubiera escogido quedarme con ella hasta la próxima ocasión en que nos viéramos.
¿Recuerdas que te dije que nunca te olvidaría?, lloré muchos meses después de eso, hasta cierto punto lo he cumplido. Pero he seguido con mi vida. ¿Recuerdas que me pediste que te prometiera que no atentaría contra mi vida?
Recuerdo que hicimos varias promesas que luego dejaste ver que quebraríamos y tiraríamos al tacho absolutamente, sin embargo sigo viva y hay alguien más a mi lado, y tú, que prometiste estar a mi lado hasta que yo te echara, ya no estás. También tienes a alguien, aún antes de que yo lo supiera.

Dejando de lado lo que hiciste y me lastimó, dejando de lado lo que pude haber dicho o hecho y te hirió. He extrañado, muy en contra de mi voluntad, el tiempo en que las cosas iban bien entre ambos.

¿Recuerdas que te dije que esperaba que siempre fuera así?... No mentía.

Hice intento tras intento por que las cosas funcionaran como antes, pero todo se perdió... Y yo supongo que es parte del curso de las cosas, de tu vida, de la mía. Quizá nunca más vuelva a confiarle mi vida así a alguien (así que, gracias, creo que me hiciste un favor).

Se me ha dado por recordar a pesar de que soy consciente, totalmente, de que no leerás esto y creo que es lo mejor. El camino que he seguido sin ti, es distinto a como lo imaginaba; ni bueno ni malo, bonito o feo; solo sin ti, sin una parte que le había dibujado antes de que te fueras. Lloré desesperadamente alguna vez, mucho después de que te habías ido, me habían arrancado un pedazo de la vida que aún me faltaba por vivir y recién dejaba salir todo el dolor; me juré, para resistir, que volvería a estar cerca a ti algún día; proseguí así un buen tiempo. Esos días se ven lejanos cuando los observo a partir de un día común y corriente ahora. Sin embargo hoy los he visto y me han escarapelado la piel, por lo próximos que se veían. ¿Recuerdas cómo nos conocimos?, no tuvo nada de especial, aparentemente; pero muchas cosas cambiaron desde entonces. Hablábamos bien, de pronto huiste, no entendía por qué... sigo sin comprenderlo del todo. Me extraño a mí misma contigo cerca, extraño cómo era yo en aquellos momentos.

No pretendo lanzarme a tus brazos o incriminarte algo, solo se me dio por recordar, por sonreír y odiar, por tener unas levemente inmensas ganas de llorar. No sé por qué. No espero nada de tu parte. No existe nada que pueda hacerte volver (o a mí)... Construimos un pequeño mundo para dejarlo ser olvidado a su suerte.

Nunca hubo ni habrá posibilidad de retornar, supongo.

Yo saldré a pasear a la calle para despejarme, como de costumbre. ¿Recuerdas?




18/06/17

Nota aclaratoria: Me puse a recordar y me dio melancolía, nada más. No sé por qué hago esta aclaración.
El pasado es el pasado y deberíamos agradecer que haya quedado donde está. Atrás. 

Bleeding.


“Presiento el fin
Y ¿qué será de mí?
lo mucho que aprendí
no me salvará
Jugué y perdí
lo poco que viví
mis sueños que eran mil
ya no volverán…”

He estado asfixiándome, valga decir que literalmente he estado pasando por esa agobiante sensación de ahogo. Sumado a eso, el ajetreo del día a día, el estrés y las ganas renovadas de largarme un buen rato de la ciudad, acrecientan mis ansias suicidas de aventarme de algún acantilado en cualquier momento, pero aún me gusta la vida lo suficiente como para atreverme a hacerlo. Me gustan sus altibajos y mis emociones por de más intensas.  
Tengo un vago deseo de ir al mar y quedarme contemplándolo, por supuesto eso no pasará, ya que el tiempo en que uno se queda contemplando lo que sea que le venga en gana mirar con embelesamiento es considerado también tiempo perdido (por esto algunos consideran, estúpidamente, el arte una pérdida de tiempo)... No entiendo cuál es la prisa. Me voy a morir, todos nos vamos a morir...No creo que correr a contrarreloj ayude a evitar esto o siquiera a retrasarlo. 
Ni uno ni otro, no es bueno correr ni es bueno quedarse parado en un pie... Quizá en este sentido acepto el "término medio". Aunque siempre he preferido ir sumamente lento. No viviré para siempre y lo más probable es que no lo haga más de una vez. 

Hace unos días iba en el bus y me puse a pensar en mi muerte, hay tanto que aún no he concluido si muriera ahora mismo... desde tareas simples hasta grandes metas. Quiero vivir porque siento que aún tengo motivos, sin embargo a veces estoy tan triste… veo todo tan lejano, tan improbable; siento que estoy yendo muy lento y vuelvo a correr y trato de ser feliz, al mismo tiempo (como si esto en alguna ocasión diera resultado); entonces tropiezo y la melancolía me invade, me pongo de pie y me quedo donde estaba, mirando hacia atrás. La alegría y la melancolía son lo mío, a veces se mezclan y de algún modo se siente bien aunque duelen porque ya no son algo ajeno; solo soy yo tratando de existir sin sufrir tanto.

La muerte no es fea, es parte de la vida (más bien, el final de ella o su ausencia), estar cerca de ella me recuerda lo frágil que soy y lo frágil que son los lazos con las personas a las que más amo; recuerdo mi insignificancia y me parece irónico haber tenido, en alguna ocasión, aires de grandeza.
Para los últimos estertores de mi vida solo pido siquiera haber hecho tan felices como a mí (en determinado momento) a muchas personas.

A propósito; recuerdo aquel mismo día, en el bus, cuando este frenó bruscamente y yo caí; suelo ser algo débil, así que no pude sujetarme bien y mi rostro se lastimó sin que me percatara. Llegué a casa con la certeza de que estaba sangrando y al mirar el espejo me di cuenta de que sí, evidentemente tenía un pequeño corte en el rostro y sangraba. Sangraba y estaba demasiado triste como para haber podido sujetarme de alguna barandilla en aquel bus… estoy segura de que algo más dentro de mí se estaba desangrando. 

Mixtura Peruana.

¿Por qué no mostrar al Perú completo?, es decir, Perú no está solo en la costa, en el Centro de Lima, en Machu Picchu, el Misti, en Miraflores; se extiende por los conos, en las zonas olvidadas de la selva, a lo largo de la Panamericana sur, centro y norte… Cada costumbre en cada vericueto de cualquier región, desde los alimentos que consumimos todos los días y las manifestaciones culturales del Rimac o Ventanilla (por mínimas que parezcan) tanto como las de Cusco o Ayacucho,  son también parte de Perú; el condenado tráfico de las mañanas, las combis asesinas y sus cláxones desintegradores no quedan excluidos de esto.  
El Perú no es bonito, lo que vemos a diario, es el Perú. El Perú no es feo, aún hay lagunas de aguas diáfanas y vivas, aún hay cultivos libres de haber sido adulterados, aún hay animales que corren, vuelan y nadan libres (quizá no por mucho), tenemos montañas preciosas, tejidos coloridos  hechos con técnicas inigualables por personas inverosímiles, por verdaderos artistas. Tenemos una historia trágica y seguimos escribiéndola (casi con la misma pluma y  con la misma temática).
 Sea algo extraordinario o abominable, sucedió en Perú y ahora es parte de él. La inseguridad ciudadana, los ritmos en el festejo, en la saya, en la marinera o el huaylash, son también parte de él. El Perú es algo complejo, somos de todas partes…  por eso aún me parece absurdo oír a alguien decir de pronto que por ser de cierta zona es de sangre pura (o pretenderse especial por ello) ¡Qué ridículo!
El Perú sigue y seguirá cambiando sin moverse de donde está, porque todos los bueyes tiran en direcciones distintas, cada cual por su lado. Estamos tan fragmentados que ni cuenta nos hemos dado de que somos parte una mezcla heterogénea que bien podría hacer algo bueno, pero prefiere no aceptar lo que es, pretende aún ser de un solo modo sintiéndose especial por ser de aquí o de allá.  No son precisamente las diferencias las que nos separan sino nuestra constante negativa a asumirlas y proseguir con ello de la mejor manera posible.


24 feb 2017

El rostro de Charlotte.

Sus ojos
Ventanas abiertas
Claros del alba
Golondrinas bellas

Su rostro
Un bosquejo de luces
De albín y flores
Simetría perfecta

Su voz
Canto de sirena
Runrún del viento
Sonrisa eterna.

Patología amorosa.

El problema es… que yo no me enamoro.
Me enfermo de amor.
Y el corazón que yacía en algún vericueto olvidado, late con más fuerza; como si su estentóreo latir antes no se hubiera apagado, suicidamente vuelve a sentir.

Estoy destinada a morirme, es cierto; pero qué desatinado aquello de tener que vivir una agonía tan grande.  





Catarsis.

Algo dentro de mí sabe que aún te quiero…
No me deja mirar hacia ningún lado más… 
“Lo difícil no es olvidarte, sino estar pensando en hacerlo”
Me he quedado sin palabras, sin la más mínima intención de escribir; lo más sencillo era pensar que no era nada, que había pasado por eso antes; que pronto todo dolor se marcharía… Pero no ha funcionado; ni las canciones, ni la indiferencia, ni el olvido a cosas cotidianas que solía pensar cuando estaba cerca de ti; no puedo ni siquiera pensar en dejar de quererte, es tonto.
Ahora mismo quisiera estar diciendo otra cosa, algo que te complazca leer (o a cualquier otra persona que decida leer esto), algo más agradable para mí. Pero he decidido hacer una catarsis.
En algún vericueto recóndito de mi alma ha quedado lo que siento por ti. Quise quedarme para siempre, por si en algún momento me necesitabas, no deseo enrumbar a cielos nuevos... Creo que este es uno de esos sentimientos que se guardan en la memoria y el corazón, de esos que se lleva a la tumba; ya no escribo con amor, sino con desasosiego… Porque me asfixio en las palabras, en la deletérea y suicida sensación de haber tratado de enterrar lo que sentía, de haber tratado de ser fría… Ya no soy buena hablando, ni diciendo lo que siento; quizá me quede así por un muy buen tiempo… ¿Qué tanto hemos vivido?, quizá nada, el tiempo es relativo…
Hace unos días alguien me habló de tiempo en vez de intensidad, me sentí tan identificada; pero en vez de pensar en aquella persona - que parece estar tan perdida como yo – pensé en ti; no había intensidad contigo, no eras una persona “intensa” ,  y por tanto eras el perfecto complemento a mi normal forma de ser… desenfrenada.
-No me gusta hablar en pretérito-
Hace unos días una persona me sugirió algo que no estaba para nada relacionado con lo sempiterno, sino más bien con pasar un buen rato; sonreí… “¿O le eres fiel a algún recuerdo?” – bromeó. No respondí, pero conocía la respuesta… Suena idiota, pero era así. Le era fiel a un recuerdo… Ahora prefería mi tranquilidad solitaria a la llegada intempestiva de alguien, quizá,  más apasionado que yo. A mí la tranquilidad me viene bien. Pero no tanto la sensación de melancolía calándome los huesos…  
Me pregunté mil veces qué había hecho mal, me pregunté unas cuantas más qué era lo que impedía que sintieras algo; si se debía a algún problema dentro de ti, a que no creías en el amor, a que tenías miedo… si me hubieras dicho que había alguien más, hubiera podido odiarte con total tranquilidad. Hubiera seguido cargando conmigo como siempre he hecho. Por compromiso. Hubiera proseguido mi camino (llevándote secretamente en el corazón hasta el último de mis días). Pero no hablaste.
No te puedo culpar por no sentir nada por mí. Nadie lleva, tampoco, la culpa de no despertar algún sentimiento.
Prometí estar para siempre, pero, ¿dónde estoy ahora?.... O mejor aún, ¿dónde estás tú?
Me entregaría entera al letargo de esta sensación dolorosa, pero no puedo. He hecho una promesa, que no puedo romper.
Ayer alguien me propuso ir por una copa y luego hablar de buena literatura, de filosofía, de política, de arte; pero no tenía deseos de nada. Sonaba realmente bien poder hacer eso; pero noté (otra vez) que no estabas… Y lloré. Sin saber por qué…
La solución nunca son las lágrimas, pero no había soltado una sola desde tu partida. Así que lloré a mares lo que hasta ese entonces no había dejado salir (por esa vieja costumbre mía de acumular tristezas y reír hasta no poder)… Quería que estuvieras ahí, que fueras tú con quien me perdiera por las calles de Lima(o cualquier otra parte), no con él.
Me di cuenta de que no podía querer a nadie más y lloré.  Porque no estoy aprisionada a tu recuerdo, pero no es algo que sea a viva voluntad tampoco… Lo que siento por ti, me hizo sentir humana, me hizo sentir viva, me hizo sentir mejor que nunca… Aún me hace sentir humana, mortal; vulnerable y al, mismo tiempo, capaz. 
No quiero (ni pienso, ni puedo) confiar en nadie más… Has tenido la mala fortuna de cruzarte en mi camino y de haber sido el escogido para cargar con mi confianza; quizá ya no plena, pero si tuviera que dejar mi vida en tus manos, lo haría.  Sin dudar.
Salí de casa hoy en la mañana y llovía. No me sentí bien. Yo amaba la lluvia y las estrellas, ahora solo te recuerdo…  Ya no puedo sonreír (por lo menos no de verdad).

He acabado de escribir esto  y no pienso releerlo; necesito olvidar, es cierto, es lo más lógico. Pero yo no quiero. Si quieres vete. Eso no cambia en nada lo que siento, solo me retuerce (las vísceras, la mente, el alma, el nudo que tengo ahora en el pecho).
Algo dentro de mí sabe que aún te quiero…
No me deja mirar hacia ningún lado más… 
Por algún motivo duele…
Pero es lo que quiero.
Te escogí a ti, a pesar de todo, me quedo. 
Como siempre, no sé por cuánto tiempo…

Ojalá para siempre.

10- 08- 16



Quiero volver a escuchar tu voz.

El reloj ha estado marcando una hora distinta cada vez que lo vuelvo a ver de reojo. Así es, el tiempo no se detiene. Aparentemente.
Pensé en un inicio escribir algo simple; sin demasiados subterfugios, sin cursilería - De pronto cualquier cosa que susurre o desgañite enamoramiento, se me hace jodidamente cursi. Seamos sinceros, demasiada cursilería jamás es buena; termina matando todo, inclusive la magia que pretende darle al “amor”, llena y empalaga, hasta acabar con la última muestra de cariño. Fuera de eso, sabemos que estar enamorado no siempre es bueno… Es bonito, sí, pero no es precisamente un estado en el que se deba estar siempre si se quiere evitar ser ridículo todo el tiempo. Enamorarse no es malo; querer estarlo todo el tiempo, sí – pero ya vez que las palabras me han desbordado y no he podido hacer nada más.
Interrumpí el relato que escribía hace unos momentos para poder escribir esto, hace un tiempo que quería hacerlo, pero no sabía por dónde comenzar. Ahora que el sol dejó de brillar por mi ventana y ha llegado la hora de merendar; he encontrado las palabras exactas (en el momento menos indicado, como siempre).
La primera vez que concertamos en vernos estaba nerviosa, probablemente porque no te conocía o por el simple hecho que de por sí era raro que dejara que alguien más, además de mis amigas más cercanas, entrara en casa; recuerdo haber estado dando vueltas en torno a qué diría, no suelo ser muy buena comunicándome cuando hablo personalmente con alguien (lo mío es escribir) y además de las llamadas por teléfono y la foto que tenía de ti, no sabía cómo eras y poco me importaba, a decir verdad; me habías agradado bastante hasta ese entonces , así que el resto de cosas no tenían la más mínima importancia (salvo lo de estudiar, por supuesto).
Antes de verte  divagué un poco sintiéndome pérdida, las calles mugrientas y sórdidas, parecían de pronto haber cobrado colores más vivos; crucé la pista más de tres veces, sin razón alguna, creo que trataba de calmarme; mi paso era aletargado (a pesar de que iba casi corriendo); era mi hora favorita del día, faltaba poco para ver caer el atardecer. Esperé más de veinte minutos donde se supone nos encontraríamos (jamás he tenido mucha paciencia); estaba por irme cuando, de pronto, te vi. Lucías quizá más extraviado que yo, había estado observando los autos y los buses, tratando de ver el carro en el que se supone llegarías, pero mis ideas me obnubilaban y no logré, al final, ver el momento en que arribaste. 
Desde entonces aquel lugar ha tenido algo de singular, algo de “mágico”; sonará inverosímil y quizá hasta obsesivo, pero a veces me siento al frente del que fue tu lugar e imagino tu voz... Algo en ella me cautivó cuando la escuché, sonaba tan sosegada, tan lejana… como el mar, quizá. 
-Me pregunto si alguna vez habrá escuchado tu mente el llamado de mi voz-.
Te he escrito un par de versos, sin la real intención de hacerlo; simplemente han brotado como lluvia de mis manos y se han adherido al papel. A decir verdad, ahora último poesía es lo que menos escribo; así que no ha sucedido en muchas ocasiones.
He recordado, de pronto y sin  querer, tus ojos somnolientos, tu calma inusual a alguien que está en una ciudad tan agitada como esta,  tu aroma y, la ocasión en que llegaste el día de mi cumpleaños  cuando había perdido todas las esperanzas de que vinieras (estuve a punto de ponerme a dormir o de salir por ahí a perderme en la ciudad).  Tienes esa extraña y maravillosa cualidad para hacer que, de pronto, yo deje de sentir el tiempo… Lo cual es bueno, porque sabes cómo sufro por el tiempo y su impiedad. De algún modo lo detienes.
No sé cómo llegue a este punto tan extraño de no saber a ciencia cierta qué es lo que estoy haciendo… Debe ser que los días han estado más grises de lo habitual.
Mis sueños e ideales son algo aparte de ti , pero no son en su totalidad algo indiferente a lo que eres, o mejor dicho, a lo que te has convertido… ¿Y qué eres?, pues no sé; eres quizá aquello que busco vanamente en el paradero, cuando miro el carro que te traía hasta acá; eres de esos amigos que muy escasas veces se encuentran , de esos a los que se les puede revelar los secretos y penurias que siempre oculta el corazón; eres la esperanza oculta en mi alma cada vez que suena el teléfono o la puerta que da hacía la calle (he llegado a pensar en algún momento que he tocado fondo, pero todavía me quedan ganas de levantarme a veces, todavía tengo esas impropias ansias de querer seguir), eres tú y con eso simplemente basta. 
Precisamente ahora (y por quién sabe cuántos días, semanas, meses o años más)  tengo solo tres certezas; no quiero que te vayas, quiero saber más de ti y quiero volver a escuchar tu voz… Pondría entre estas un “te quiero”, pero resulta repetitivo, ya lo sabes; además debido a la índole del escrito, es algo que se sobreentiende (ni siquiera tengo la certeza de si leerás esto, pero si lo haces, espero no te aturdas; toma en cuenta este último párrafo, que es el que más importa, después de todo).
Mientras espero al momento en que pueda verte de nuevo; oscilo entre tus recuerdos, el tráfico de las mañanas, un poco de café, mis libros y  las lecciones que debo repasar para el próximo examen. Aprovecho alguna ocasión para caminar otra vez por el paradero observando los carros sin verlos, extraviada en mis ideas utópicas; aguardando ser despertada una vez más por tu voz.


30-03-2016.



Plática trivial de un reencuentro desesperado.

La luz de la tarde iba cediendo paso a la noche, sus rayos amarillos y rubicundos entraban apenas a la penumbra de mi habitación; había decidido no encender la luz. Mi mente divagaba entre ideas de diferente índole; que se mezclaban, al mismo tiempo, con un marasmo impropio de alguien que ha dormido más de diez horas. Giraba en la cama sin poder decidirme a hacer algo productivo o a dejarme atrapar por el soporífero calor de mis sábanas. 
Luego de no ingresar a la universidad una vez más; era normal que me encontrara en ese estado tan mohíno y para nada exento, como siempre, de ideas suicidas o escapistas.  
Finalmente decidí ponerme en pie y vestirme, pensé en ir a casa de un amigo y así lo hice.
Mientras estaba en el carro discurría en algún pretexto para justificar mi llegada inesperada de esa manera tan intempestiva.
Habían transcurrido solo tres días desde su llegada de tierras Cariocas y  yo había estado aguardando, de manera involuntaria, ese encuentro hace poco menos de dos años. Cabía la posibilidad de que no se encontrara en casa, ni siquiera tenía la más mínima idea de qué íbamos a hablar o de si iba a querer sostener plática alguna conmigo; hace mucho no habíamos tenido una charla amena y extensa, poco más que un intercambio de un par de correos y una que otra llamada llena de ambages y anécdotas sin sentido. Sin embargo tenía fe en aquel pasado glorioso en que hablábamos horas de horas sin aburrirnos en absoluto, así que no desistí de mi idea hasta que hube llegado a su puerta con mis pobres dudas y mi puño en alto. Pensé por unos segundos, pero en el peor de los casos, solo me llevaba un portazo en la cara.
Había estado alistando mis cosas para un viaje, antes de caer en la atonía en que había caído hace apenas una hora antes de salir de casa. Si las cosas salían mal no había problema alguno, no tendría que verlo hasta dentro de un par de semanas más o quizá nunca. 
Di siete golpes fuertes a la puerta, con la violencia de quien va a matar a quien aparezca detrás de ella. Repentinamente se abrió de par en par y contemplé detrás de ella la figura aletargada y empequeñecida de alguien a quien siempre había admirado. Tenía el rostro algo somnoliento y antes de poder disculparme por la brutalidad al percutir su puerta, me interrumpió.
-¿Y tú? – inquirió con una sonrisa cautivadora, surreal a aquel instante. Él era así, tenía algo de diferente, de extraño, de agradable.
-Venía un momento, a visitarte, ¿podemos platicar? – contesté tímidamente con la vista perdida en algún lugar del horizonte; el sol no había terminado de caer y me entregaba en ese momento el espectáculo más hermoso de aquel día; a lo lejos se apreciaba el mar.
-Claro, pasa – me dijo- disculpa el desorden, he llegado hace apenas unos días. Toma asiento en esa silla – concluyó, señalándome una silla al lado de una ventana grande con cortinas blancas, algo traslúcidas.
-¿Cómo has estado? – pregunté apenas pude sentarme.
-Bien, bien… pero dime, ¿de qué deseas PLATICAR? – hizo énfasis en la palabra “platicar”.
-¿Sugieres que no he venido a eso?
-Sugiero que me digas cuál es el propósito de tu llegada, mi estimada; no porque no me agrade, sino porque me tomaste por sorpresa – se explicó – te noto triste – comentó - ¿quieres un cigarro?
Estábamos en verano, sin embargo en aquel preciso instante sentía una leve sensación de frío; su habitación lúgubre me hacía presagiar una conversación amena, quizá con algún hallazgo revelador, quizá con las palabras que necesitaba para no mandar todo, después de eso, al carajo.
-¿Me ofreces tabaco? – indagué con fingida indignación.
-Claro, sabes que es lo único que fumo; no sé si tú fumes algo más, aunque lo dudo. Pero si prefieres Vodka o Whisky, también puedo brindártelos– replicó, lo miré con desconfianza –  ya  no puedo tratarte como a una niña – me dijo con una sonrisa un tanto burlona. Me reí. De pronto prendió el estéreo y se fue a lo que, supuse, era la cocina; regresó con dos vasos y una botella de Whisky – tomaremos – sentenció.
-¡Los vicios son uno de los problemas más grandes de la juventud peruana hoy en día!, además de la educación, ¿y tú me dices “tomaremos”?
-Salud por los vicios, mi estimada – contestó – y por lo podrida y jodida que está la juventud peruana.
Sonreí.
-Salud – le contesté.
Se desparramó a lo largo de uno de los sillones y me quedó observando, serio, pero con una sonrisa en los labios.
El silencio siempre me había venido bien. Y con él, el silencio jamás era algo molesto.
El silencio era útil para pensar, para rememorar, para perderme… Recordé en ese entonces que el día en que lo había conocido me había agradado muy poco, por el contrario, su presencia se me había hecho molesta; cuando lo conocí era mucho más antisocial de lo que era en la actualidad; había crecido entre cuatro paredes y siempre aislándome de los demás; no por miedo, sino por desinterés, lo que los demás hacían o decían no siempre era de mi agrado o de mi incumbencia, así que prefería alejarme de las personas; no me había sentido sola, hasta que lo conocí. “Tú no estás enamorada” me  había dicho “tú te sientes sola”… ¿Y qué era sentirse solo?, jamás lo había pensado, jamás me había importado; como muchas cosas, me era completamente ajeno. Sin saberlo con esa frase me abrió una puerta inmensa a un mundo que toda mi vida había estado ignorando. El de la introspección. 
Era sencillo a los catorce o a los quince decir que me gustaba fulano o mengano, era sencillo porque entonces no era más que eso; podía hacer algo de drama, pero el asunto no iba más allá de un par de lamentos  o alguna lágrima, a la semana todo dejaba de importar, a los dieciséis no era muy diferente; tuve un amigo al que era muy cercana; afirmé siempre que me había enamorado de él, pero jamás supe con certeza si era eso o simple apego. No tenía amigos con los que hablaba a diario, no pasaba mucho tiempo con mi familia; mi personalidad no era propia de la de alguien de mi edad, pero tampoco era del todo fuera de lo común… Era respetuosa con quienes debía, inteligente para los profesores de mis cursos favoritos; solía pasar más tiempo con personas mayores, oírlas aconsejarme… Mis modales no han sido nunca los de una señorita recatada, gazmoña; pero tampoco eran del todo salvajes. No solía expresar demasiado, de hecho, odiaba hacerlo.
Sí, estaba sola, evidentemente; lo sabía, pero no me sentía así. Había crecido lejos de alguien a quien pudiera seguirle los pasos, alguien a quien imitar… y estaba muy consciente de que la culpa de eso no la tenía en absoluto nadie. No admiraba a nadie, no quería ser como nadie. Hasta que lo conocí.  “Me recuerdas a mí” había dicho en algún momento él (Me he preguntado en la actualidad si  me parezco realmente a él; aunque a estas alturas no es para nada mi intención).
-¿Qué decías sobre la educación en Perú? – habló por fin, luego de un largo lapso de silencio.
- Que es un problema – le respondí, volviendo en sí – es responsabilidad de los padres, de las entes gubernamentales, de los colegios, de las universidades… Que no hacen nada en realidad, todo se jode a paso rápido y a todos les importa poco o nada – concluí.
Me quedó observando por un momento más.
-No deseas hablar de eso, ¿cierto? – inquirió; quizá sabía que cada vez que el tema que tocaba no era precedido por una verborrea y muchos ejemplos, se trataba de algo que me incomodaba o de algo de lo que simplemente no tenía deseos de hablar.
-No ingresé a la universidad, ¿cómo diantres esperas que me sienta al hablar de educación?  - espeté malhumorada.
- No ingresaste, ¿y? - preguntó
- Y no es posible que se cierren tantas puertas a personas deseosas de estudiar, de forjarse un futuro; es decir, la gente busca mejorar…
-Siempre hay distintos modos de llegar a eso. Yo no ingresé y mal no me ha ido – me contestó.
-No lo comprendes – le dije – no todos tienen las mismas oportunidades…
Seguía sin ganas de hablar de ese tema.
-Sé que quiero hacer con mi vida – proseguí – he hecho planes, no estoy del todo perdida; pero no veo oportunidades.
-Hazlas – me contestó.
- Las haré, pero ahora quiero irme; las ansias que tengo por escapar de todo han crecido, así que me iré por un tiempo.
Me recordé por un breve instante encerrada en mi cuarto, gritándole a mi familia que no quería escuchar de nada, que me dejaran sola… Hace mucho deseaba estar así, era a lo que estaba acostumbrada; estar sola me ayudaba a pensar, a organizarme, a reconstruirme; el tiempo en soledad jamás ha sido malo.
-Está bien – dijo. El silencio nos invadió una vez más.
Sin duda alguna había pasado el tiempo y no teníamos nada interesante de qué hablar.
-Tengo que alejarme de las personas, del barullo, de las redes sociales, de las lecturas ligeras; no me traen nada bueno – le dije – están entorpeciendo mis ideas. Necesito tener la mente enfocada.
-¿Y los sentimientos?
-De esos también me alejo – concluí.
-Hablaba de si también pensabas enfocar mejor eso, pero, ¿de esos por qué te alejas? – preguntó.

-Haces muy bien tu trabajo de entrevistador – bromeé – verás, me alejo de eso porque siempre obnubila mi mente, la cubre por completo… En especial cuando hay incertidumbre, la incertidumbre me frustra y no soy buena tolerando la sensación horrible de no poder hacer nada.

Me acomodé en el asiento, algo ofuscada.

-Mi estimada, te haces líos por las puras – respondió sin miramientos – puedes huir de la ciudad, de una persona, de una situación, pero de tus sentimientos… no te engañes, de esos no te escapas… Puedes no pensarlos, pero eso no evita que sigan ahí, ocupando su lugar dentro de tu inconsciente. ¿Tienes otra vez problemas con el amor?

-Suena horrible, ¿cierto? – inquirí – pero es así, tal cual.

-No sufras, querida, por amor; el amor se disfruta, no se sufre… Bueno sí, pero no por los motivos que estoy imaginando que hacen que sufras ahora…

-El concepto lo entiendo – lo interrumpí – la teoría no es difícil, sino la práctica.

-¿Y se puede saber, de manera más extensa, cuál es el motivo de tu desdicha?

-Lo de siempre- contesté.

-¿No ser correspondida? – hice un gesto afirmativo - ¿pero qué haces sufriendo como cojuda porque alguien no te quiere?; si no te quieren, pues tómalo como es y continúa; si eliges sufrir es cuestión tuya, pero no debes verte por nada como víctima de alguien por eso – terminó de decir con un gesto serio.

La ferocidad de sus palabras siempre había podido descorrer la venda de mis ojos.  Pero en aquel momento no me terminaba de convencer de que lo más correcto era tomar aquel consejo.

“Entonces, ¿cómo le explico a la razón que deseo seguir sufriendo?, que el dolor es voluntario…” Pensé.
"Si quieres enamorarte, enamórate", me había dicho tiempo atrás, "total, es una decisión tuya"; qué fácil resultaba en ese entonces pensar que el enamoramiento era una cosa de uno y de nadie más. Qué fácil resulta ahora creerlo. "Sufre tú sola, si quieres", me dijo después "pero tendrás que estar consciente que de la otra parte nada hay por ofrecer, que tú te estancas mientras el otro vive". Me importaba poco lo que me dijera, fuera cierto o no, yo seguía ensimismada en su mirar, en su risa, en algo de su voz que aparentemente nada de especial tenía; se había vuelto parte de mi mundo, pero no una parte irreparable, había puesto en duda muchas cosas que antes para mí eran claras; no tenía ganas de enfermarme de desamor otra vez.

-No sé, quizá solo quiero conservar su amistad – me excusé.
-No quieras tapar el sol con un dedo, mi estimada, déjate de subterfugios infantiles.
Bajé la mirada, la oscuridad nos había cubierto casi por completo; en la penumbra apenas vislumbraba su figura en el sofá.

-¿Por qué sufres? – dijo en un susurro dulce - hay miles de hombres más en el planeta, en la ciudad; conocerás muchas más personas… Olvidarás todo esto. No es difícil que atraigas a alguien… Estarás bien.
Por primera vez sentí que sus palabras eran ajenas a lo que sentía, a lo que pensaba. No quería ser deseada, no quería al resto de hombres de la ciudad. Quería ser amada, y no por cualquier persona, sino por él.  Yo sabía que aquel amigo de años comprendía eso, pero había preferido alejarse de una situación similar; así que era el mejor consejo que podía dar; quizá más que a mí, se hablaba a sí mismo. Éramos tan similares…
¿Estaríamos en ese estado oscilante para siempre?, yo antes realmente había querido ser como él… Pero algo de malo debía de haber en ambos para que esa clase de cosas nunca funcionaran con nosotros O éramos en muchos aspectos incompatibles con cada persona a la que decidíamos entregar el corazón, el alma… A lo mejor no era posible que alguien nos amara. Quizá yo estaba condenada a vivir amores contingentes, al igual que él, por el resto de mi vida. Quizá por querer ser como él había quedado condenada a ser libre… y soportar y disfrutar, como él, el peso de la soledad.

Cada vez que nos veíamos tenía que aflorar alguna plática como esa… Sincera, hiriente, pero después de todo, amena.
El aire se  iba extenuando, y yo cada vez estaba más helada;  necesitaba irme de ese lugar.
Pasé el dorso de la mano por mi rostro, tratando de esconder aquella lágrima extemporánea que se había escapado. Esbocé una sonrisa falsa.

-Ya no importa – le dije- igual me voy mañana. 








No tengo nada.

Ahora no tengo nada
Solo tengo un par de sueños
Y mi siempre fiel soledad
Un par de Jeans gastados
e insomnio por las noches
Tengo gris y azul
Y el sabor amargo 
del café por las mañanas
Tengo un lado lúgubre
que siempre me acompaña
Al final, no tengo nada
Tengo la luna en mis pupilas
y el sol cayendo en tu mirada
Tengo tus ojos y tu sonrisa
brillando en el cielo por las noches
Tengo tu voz besándome el alma
y tu risa impregnada en el aire
Solo tengo memorias ensombrecidas
que por ratos irradian luz
Y te tengo sin tenerte
(En ausencia presente)
Te quiero, sin poder verte

En pocas palabras, estoy jodida 
y en resumen, no tengo nada.




Ojos de ángel.

Ella es de un material etéreo
Similar al de la porcelana
Más por frágil que por bella
Es poseedora, sin saberlo,
De una beldad bastante extraña

Criatura de muchas palabras
Con mensajes breves y pausados
De corazón melancólico y mente babélica
De naturaleza nefelibata.

Es un ser solitario y obnubilado
De ojos tristes y apariencia seráfica.



Su sonrisa.





Capturada en un momento
Perfecto y sempiterno
Estaba su sonrisa                    
Llena de vida
Exhalaba sueños

Su mirada de arrebol
Con mil atardeceres en ella
Le devolvía al ocaso
La calma impropia
De un verano en la ciudad

El café de sus ojos
Fuera de matar el sopor
Lo devolvía a mis párpados
Que se cerraban somnolientos
Al son adormecedor de su voz

Su voz, su voz única y serena
Pasaba desapercibida
Dentro de lo que parecía ser entonces
Una tarde cualquiera

Hacía dónde lo llevarán ahora
Sus pasos ligeros y aletargados
A kilómetros de mí
Separados por agua y tierra

Se van lejos persiguiendo quimeras
Se van lejos para no volver
Lejos de mí, se lleva
Sus eternos ojos de atardecer.





Paseito crepuscular.

Poetiza en el auto
a plena carretera
contemplando perpleja
las nubes de algodón
que camuflan a la luna
que acarician la piel del cielo

de modo alguno,
un ocaso perfecto.

La luna me muestra
de pronto su sonrisa
sincera y brillante
va destilando versos
versos que nadie más escucha
-Qué ocaso para más bello-

Voy inhalando el aire fresco
Cielo nocturno
Nubes rosáceas
-Tenía muchos deseos
De salir hoy de casa-.






Tarde lluviosa.

-¿Sabes?- le dijo con una voz suave, apenas en un susurro - qué feo eso de que en algún momento nos muramos o nos dejemos; pero más feo, mucho más feo, eso de dejarnos huella, mi vida; mucho más feo, eso de darle chance al tiempo de desgastar nuestros sentimientos; sé que no hemos hecho eso, pero aun así, temo lastimarte - confesó. No se imaginaba una vida sin él, pero no se atrevía a decirlo; le preocupaba solo saber amar con nostalgia, nada la aceleraba más que el miedo trémulo de dejar alguna astilla de su corazón, roto aún, dentro del de él; ambos se estaban curando con mieles y palabras; se habían entregado entre ambos: sueños, sentimientos, historias, temores... la vida en sí. 
Él la había estado oyendo, mas no le respondió, le sonrió; sabía dentro de sí que si no se alejaban, de todos modos, la muerte los separaba; no quiso decirle nada más porque después de todo era la única persona a la que permitiría, ahora, dejarle huellas y verle las heridas; la melancolía los consumía aquella tarde sombría pero, como nunca - a pesar de la lluvia y el frío – el calor dentro de ellos era grande. En el alma, en los brazos... En el corazón, sentían calor; incluso en los rincones más fríos. A pesar de los miedos, en contra del tiempo y de la confusión… sentían calor porque estaban juntos.