7 sept 2017

Runaway.

Se despertó con las ansias aceleradas, eran las cinco, apenas alboreaba; debía correr para llegar a tiempo al trabajo, luego debía ir a estudiar, debía pensar en qué almorzaría, en qué cenaría y a qué hora regresaría al espacio que ocupaba dentro del viejo edificio que habitaba hace ya casi tres años. Así era cada día, esa era ahora su vida. El no saber en qué se había convertido o qué sería de su futuro, la apabullaba; el estrés de todo lo que la rodeaba, los gritos, las órdenes, los sueños incompletos y las metas sin cumplir, percutían con violencia en su cabeza.
Se bañó y vistió rápidamente, para luego caminar hacia el paradero con las manos gélidas en los bolsillos. Era invierno, estaba lloviznando; afuera se apreciaba el cielo gris, la neblina cubría los cerros y casi se podía respirar la humedad. Abordó el carro abarrotado de gente y se puso a pensar en todo lo que le correspondía hacer aquel día. Llegó tarde por haberse quedado atrapada en la congestión vehicular dos horas. Para sorpresa suya, al entrar al despacho su jefe parecía encontrarse de buen humor; mientras este le hablaba en un tono amablemente conminatorio, se le fue borrando la sonrisa; fue haciéndose a la idea de que iba a perder su empleo, hasta que su superior hizo una pausa, sugiriendo luego “claro que podríamos arreglarlo de otra manera” con un gesto burdo.
Por ser una trabajadora informal, no pudo hacer demasiado; así que salió del local cabizbaja, sin dirigirse a un lugar en específico. Fue entonces cuando la impotencia la invadió y comenzó a cuestionarse qué hacía ella en ese lugar y en todos los lugares que frecuentaba a diario;  sentada en una banca, comenzó a observar a la gente como simples máquinas que trabajaban siempre al mismo ritmo, muchos de ellos sin propósitos reales y otros sin siquiera un propósito; siempre había dicho que no sería parte de ello, le bastaba vivir con lo necesario… pero entonces la vida le había dado un golpe más bajo y parecía de repente que nunca sería suficiente; pensó en que quizá había tomado el camino equivocado y haciendo literal su idea, comenzó a correr en dirección opuesta. Pasó por cada lugar en el que había estado antes, inclusive por el viejo edificio donde vivía; tomó algo del dinero que tenía ahí y alquiló un auto. Después manejó lo más rápido que pudo, sin saber exactamente a dónde iba ; a lo lejos aún se veía el mar, así que debía seguir en la costa. Cuando se hubo cansado de manejar, se hospedó en un hotel al lado de la autopista para recobrar un poco las fuerzas; cuando el sol rayaba las aguas del mar de color naranja volvió a subir al auto. Esta vez manejó  más cerca del mar, ver sus aguas tranquilas, la sosegaba; así que se mantuvo ahí hasta que el cielo lila la alertó de que debía de volver a emprender su viaje hacia lo desconocido; entonces, se alejó de la playa y su calma momentánea, para huir por la carretera hacia algún desierto, allí donde las nubes no cubrían las estrellas. Manejó nuevamente como si la persiguiera la peor de sus pesadillas (probablemente fuera así), hasta que vio que el cielo iba a manchándose de escarcha plateada, blanca, celeste; mientras observaba con más detenimiento, notó que aparecían más estrellas; eran después de todo bellos cuerpos inertes flotando lejos, despreocupados. Comenzó a girar sobre su eje mientras estas parecían bailar en torno suyo, más bien sobre ella. De seguro ella era la única zafada con un auto estacionado al lado de la pista, en medio de la nada, girando como si estuviera en medio de algún trance ocasionado por alguna droga inexistente. Comenzó a bailar con las estrellas, hasta que el frío hizo de las suyas y debió volver al auto viejo. Se dispuso a volver a casa.
Había avanzado hacia el amanecer, cuando notó que quedaba poca gasolina en las galoneras que llevaba como provisión; sin saber aún dónde estaba, decidió seguir avanzado, hasta que el cielo comenzó a teñirse de naranja nuevamente y el auto se apagó. Intentó llamar a algunas personas, pero la baja señal impedía que las llamadas entraran. Estaba extraviada.

Pensó en ese instante, en que no todos huyen lejos con la intención de no regresar; algunos solo se toman un tiempo para volver en sí, para retornar a su hogar, algunos exploran para encontrar una ruta distinta que los lleve a donde siempre quisieron llegar. La vida no es un camino conocido - se dijo - no se tiene un mapa preciso de esta. Algunos se pierden de vuelta a casa y necesitan de alguien que los ayude a encontrar el camino antes de que la completa oscuridad los devore con sus fauces eternas, cuando se han aburrido ya de buscar.

Ella huyó porque quería bailar, quería cantar, quería volver sobre los pasos que la habían llevado a donde se encontraba; no quería detenerse a pensar a dónde había llegado, solo deseaba estar lejos de donde solía estar, siquiera un momento. La abrumaban los problemas, la incertidumbre y lo mejor que pudo hacer fue comenzar a correr sin detenerse, sin voltear. Pensaba en la calidez de su hogar y en el brillo de las estrellas que la habían rodeado un día antes.

Parada en medio de la carretera vacía en pleno ocaso, rodeada por altos y pálidos árboles, luego de haber bailado un buen rato, se preguntó de pronto “Si no puedo llegar a casa, ¿quién me llevará?”