22 ene 2018

Agua y sal.

Desearía ser un poco más fuerte, más ególatra. A estas alturas lloro incluso con la lluvia de enero.

Se escapa de mis manos a veces el miedo y parezco estar siendo manipulada por un destino veleidoso, por la falta de oxígeno que sofoca mis sueños y mis ansias de aferrarme a sus brazos... que parecen ser el único lugar al que pertenezco. Su larga ausencia aparentaba haberme hecho fuerte, su regreso derribó los muros que forjé cuando todo dentro de mí estaba quebrado. Su corazón le perteneció quizá a otra persona por mucho tiempo, sus brazos rodearon otra existencia, con la que quizá fue feliz... eso es bueno, no tuvo frío. Eso creí. Quizá ambos sufrimos mucho. ¿Y si solo estuvo esperando a que alguien lo amara de verdad?, que alguien pudiera abrazarlo y entregarle más que calor corporal. En ese caso pudo haber sido cualquier persona, no necesariamente yo. Supongo que no cualquier persona puede tomarnos de la mano y dotar de esa calidez a la vida misma.
Un rostro más amigable y unos brazos más ansiosos de él, lo acogieron. Mientras todo en mí se entumecía... ¿Puede el amor regresar luego de haber corrido muchos kilómetros lejos?, me lo he preguntado muchas veces mientras lo vivía. Naturalmente luego de una caída tan estrepitosa uno queda más desconfiado de lo normal. Apenas extiende las alas y se tambalea, las vuelve a cerrar.

Alguien me dijo una vez "nunca sabrás a ciencia cierta si te aman del mismo modo, solo te queda amar a tientas, sin esperar que den algo de vuelta". ¡Pero afuera llueve y el recuerdo de esos días lugubres en que no estuvo, se hace tan real!. Siento frío. Ha abierto las puertas de su mundo, al cual he entrado muchas veces corriendo y del cuál he salido por miedo a que todo sea un sueño, ¿qué tal si al despertar sigue en brazos de otra persona?, ¿qué tal si eso lo hace feliz?, ¿qué tal si al abrir mis ojos sigo entumecida y sola en una esquina enmohecida por el tiempo?
Nunca me traicionó, no literalmente. Yo también huí, es lo que mejor sé hacer cuando algo me aterra.
Caminamos por las mismas calles con las luces de la ciudad a nuestras espaldas, riéndonos de todo, tomados de la mano; hasta que perdí el rumbo y me olvidé de quién era.. Y, finalmente, buscándome lo perdí, quizá la distancia reservó puñales para ambos, para vernos pelear después hasta caer muertos... cada quien a su manera, pero los dos con heridas muy abiertas.
El autobús descaminaba los pasos que dimos y cada lugar que había pisado hacía notar su vacío en la vida que yo estaba viviendo ahora de prisa.


Las gotas resbalan libres por la ventana, como las lágrimas por mi cara. Agua y sal.
El día es gris, a pesar de que es verano, ayer fui tan feliz a su lado, existo tan feliz cerca a él. Quizá eso explica el pavor que se apodera de mí al pensar en que podría perderlo. He sentido tantas veces el dolor real de mi corazón desgarrándose, sin embargo algo me alerta de que si esto acabara, sería mucho peor. Yo odio el dolor, odio tener que reconstruirme una y otra vez (¿por qué no puedo quedarme segura en un baluarte o quedarme en el suelo hecha añicos?).
Entonces cuando la desesperación se apodera de mí, aparece él, me abraza, sonríe, algo en su mirada me devuelve la calma. Quizá eso que el tiempo y la distancia no pudieron deshacer. Los miedos irreales a veces parecen estar tan cerca de hacerme desvariar. Noto entonces que mis miedos le asustan, siento que mis heridas le duelen, veo en sus ojos el reflejo de todo lo que siento. Llora al igual que yo, se funde conmigo. Lo demás deja de importar, estamos juntos. Nos convertiremos en lo mismo. Agua y sal.